Saga Darkyria
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CAPÍTULO III
¿Por qué no puedes quererme?
—Nos vamos en mi carro —le Digo Displicente apenas entramos al garaje.
—Como prefieras.
Santiago se está comportando muy humilde desde su llegada a mi piso, pero sin dejar a un lado su seguridad. Hace semanas que no lo veía y mi memoria ya no le hacía justicia: está guapísimo. Su porte italiano me derrite, pero ni de coña pienso demostrar cuánto me afecta su presencia.
—Te ves increíble, Rebeca.
—Ya me lo has dicho muchas veces —finjo hartazgo para no manifestar el placer que me causan sus halagos.
—Nunca pensé que te hicieras un tatuaje, me gusta. ¿Es permanente?... ¿Tiene un significado?
Ni yo pensé que lo haría, pero por fin me animé. Por el momento sólo es el prototipo. No quise que me pusieran ya el permanente porque Furia, el dueño del establecimiento, me comentó que un tattoo es una herida, por lo tanto me quedaría irritada y muy sensible la zona y con manifestaciones de sangre algunas veces. Y para lucir genial en las fotos tuve que confor- marme con un dibujo de henna hasta que pase la celebración. Sirve para que también me vaya haciendo a la idea. Debo hacer más lo que quiero que lo que deseen los demás de mí. Si yo a Isabel y Bernat no les importo, pues sus opiniones sobre mí tampoco me importan.
—No, sólo es una imagen que fui creando mentalmente desde hace tiempo. Nico me acompañó para que me lo pusieran en la mañana.
Esta imagen la he visto muchas veces en diferentes partes de mis sue- ños y el misterio de dónde la vi por primera vez me atrapa mucho. Por eso, teniendo por fin el momento, me fui directamente apenas salí en la mañana de mi piso al tattoo que Nico me recomendó. Él no tiene ningún diseño en su cuerpo, pero muchos de sus amigos sí, por eso supo a dónde llevarme. Me lo puso un joven que todo él es una galería sinfín andante. El mío lo dibujó atrás, debajo del hombro izquierdo. Así luce perfecto con este vestido.
También como Nicolau, Santiago ha supuesto que mi dibujo es una mariposa muy abstracta, pero lo cierto es que no es eso... ni nada. Sólo un diseño de tres líneas torcidas unidas. Como un número nueve y seis retorcidos unidos por una “S” mayúscula. No era nada especial, ni guarda ningún significado, pero que ha quedado tan bien que parece que sí.
—Te quiero —me ve fijamente—. Gracias por aceptar ir conmigo a la fiesta.
¡Maldita sea!
Sin decir una palabra más Santiago me abre la puerta de piloto de mi Audi: el gran Torino. Siempre me gusta ponerle nombre a mis automóviles. Me acomodo para luego él en su asiento hacer lo mismo. Óscar, como es ya costumbre, minutos antes de que sepa que voy a salir lleva mi carro al ascensor para sólo preocuparme por descender.
Me cuesta seguir en mi actitud indiferente y distante con Santiago. Pero debo seguir el plan. Nunca podría perdonar lo que me hizo. El juego que tenía conmigo junto con sus amigos no lo puedo olvidar y más por afectarme tanto: Santiago era el primer hombre del que comenzaba a enamórame profundamente.
Al apretar el único botón de un pequeño control negro empieza a bajar el coche con nosotros. Cincuenta y ocho segundos después...
—No me agradezcas, que esta apuesta sí la ganas —no puedo guar- dar mi rabia.
—Rebeca —suelta cansado—, ya te ofrecí disculpas. Sé que fue muy estúpido lo que hicimos mis amigos y yo en...
Se levanta por completo el portón metálico y acelero tomando caller Paseo de García Fària, esquivando rápido a dos carros.
—Apostar que sin problemas tendrías sexo con la estirada de Mares... —y cómo me humilla saber que esa misma noche que vi ese mensaje de su móvil, yo unos minutos después pensaba por primera vez entregarme a alguien. Pero justo a tiempo su cruel y denigrante juego lo pude terminar apenas entiendo el contenido del mensaje. Había visto afortunadamente, sinquerer, el texto que acababa de llegarle a Santiago a su Samsung cuando estaba en el baño y yo en su habitación.
—¡Sí! —exclama molesto, desesperado—. Pero para entonces ya estaba muy enamorado de ti.
¡Dios no! No puedo escucharlo. Él como Leonardo están desde ahora calculando cada paso que dan para que nada ni nadie descontrole su futuro político. Y que mejor entrada a lo grande que tener de pareja a la nieta del hombre más influyente de España.
Recordando que como sólo soy su mejor medio para llegar a su verdadero y amado objetivo, me hace cubrir mi corazón con acero por las palabras muy bien ensayadas por el enemigo.
Acostumbro manejar con música y estar cantando como poseída, pero en este momento no estoy de humor. Silencio absoluto, aunque en mi corazón y mente sea todo lo contrario.
El techo del Audi recogido me permite disfrutar el clima agradable, suave, y volteo a ver en el cielo cómo las últimas luces del día ya van desapareciendo.
Apenas voy a cruzar la cuarta calle y visualizo por el retrovisor, como casi siempre que salgo de noche, a Óscar en su auto, mi vigilante sólo hecho para mí. Óscar es muy parecido a Ernesto: alto, cuerpo fuerte, mirada oscura, cabello corto, cuarentón. Cien por ciento madrileño y merengue de corazón (lo sé muy bien porque lo escucho muy hablador con su jefe cuando gana el Real Madrid). El vehículo negro Mercedes Benz nos comienza a seguir. La relación entre los dos es de fe: casi nunca lo veo, pero sé que en una parte de esta galaxia existe... sólo para supervisarme. Encuentro muchas veces más privacidad en Big Brother que en mi vida. Pero debo agradecerle a Óscar, que en mi total invasión, lo hace más fácil, por lo menos el señor de expresión severa y sin nada más que decir: “Buenas tardes... buenas noches señorita...” es sumamente discreto. No tengo ni la mínima idea de cómo lo hace, pero respeta mis espacios y apenas lo necesito, no sé de dónde sale, y aparece en el acto, muchas veces asustándome. Es una persona tan sigilosa que cae en lo inaudito e inexplicable. Sé que está, pero es reservado en guardar mi vida lo mejor posible y su vigilancia no molesta al no notarla. Por eso se ganó a lo grande el nombre de Big Brother. Yo creo que es esa la característica primordial y definitiva para que Ernesto le diera el visto bueno y Bernat lo aceptara cuando llegamos a la ciudad, pues saben que soy muy quisquillosa y detesto que alguien me siga y conozca mis movimientos todo el tiempo.
La fiesta comenzó a las ocho, pero como siempre demuestro que la puntualidad no es mi característica, llegaremos casi dos horas más tarde. Medito y siento que debo ser más amable con Santiago, pero no puedo. Me afecta verlo y tenerlo tan cerca; sin embargo sigue fatal mi humor más de lo que debiera porque en la comida de mi celebración Isabel no se dignóestar presente. Así es ella: no puede controlar algo y enfadadísima desaparece. Aarón es la única persona en el mundo que la reta y la descontrola y huye
cuando siente que perdió. Niña y berrinchuda.
Manejo con calma por las transitadas calles de Barcelona y llegamos al lugar donde está el evento en todo su apogeo.
Luces de colores de continuos movimientos dan vida al edificio que tiene el estilo de un castillo medieval y majestuoso.
Los carros siguen llegando por eso tenemos que esperar en la fila.
—Si aún quieres que te trate, te agradecería que no hables ante los reporteros —digo sin dejar de ver sobre esa pequeña colina a los del es- pectáculo que están con cámaras de video y fotografía apuntando a toda cosa que se moviera—. Yo lo haré.
—Odias darles explicaciones.
Es cierto, eso todo mundo lo sabe: pero detesto más cómo la gente me utiliza. Es mi turno.
Saco mi celular de mi bolsa de mano, que tiene los mismos encajes y el color de mi vestido y llamo.
—Ya estoy aquí afuera —y cuelgo.
—¿A quién llamaste?
Lo ignoro.
Apenas contemplan el famoso Gran Torino en la entrada principaly se abalanzan todos sobre nosotros.
Santiago baja rápidamente para abrirme él y que no lo haga uno delos trabajadores que están recibiendo los autos.
Esta celebración de jóvenes de la alta sociedad de la ciudad pareceun evento de la alfombra roja de Hollywood. Hasta el tapete, que sube por unas altas escaleras y conduce hasta la imponente puerta de madera, es de ese color.
—¡Mirad quienes son pareja otra vez! —un reportero grita.
—¿Ya arreglaron sus diferencias por fin y están de nuevo juntos? —¿Qué pasará con Leonardo?
Les sonrío con mi sonrisa más sensual y provocadora. Ese gestoarrebatador desde toda la vida me ha salido natural. Supongo que es herencia de Isabel.
Las preguntas siguen y siguen...
—¡Estás impresionante, Rebeca! —exclaman; una y varias frases aduladoras—. ¿Diseñadores?
El vestido azul rey de seda que Isabel me regaló deja al descubierto mi hombro izquierdo, mientras que el otro brazo luce cubierto por una manga larga. Está cruzado muy estrechamente abajo de mis senos hasta mi cadera, para después caer hasta el piso. La espalda es atrevidamente baja aunque no deja ver de más, gracias a que toda, hasta la cintura, está exquisitamente bordada e incrustada con pedrería de muchos pequeños zafiros. Gran parte de la pierna derecha está al descubierto hasta la mitad del muslo, tan sutilmente que sólo se puede visualizar en mi andar. El transparente encaje de bordados y zafiros de la espalda igual adornan esa pierna enseñadora para dejarla ver de forma elegante, haciéndola sensual- mente moderada y sofisticada. Mis zapatos, del mismo juego de tela y color, tienen una pulsera que cruza por todo mi empeine, adornada con piedras negras preciosas. Son de tacón de aguja mortalmente altos.
—El vestido de Versace, los zapatos de Salvatore Ferragamo y la joyería de Tifanny & Co —sólo por decir esto acabo de ganar una cuan- tiosa cantidad. Es la primera vez que me pagarán por “modelar” algún diseño. Contrato por el que en su momento le di las gracias a Isabel, por hacer que me consideren las marcas con las que trabaja o trabajó, pero en este momento no tengo nada que agradecerle. Además, según ella me aseguró, no tuvo nada que ver—; incluyendo las marcas para las uñas, un diseño hecho por Claudia Bravo, dueña del mejor spa para manos y pies de la ciudad. Sólo es cosa de contemplar para que veamos cómo es fantástica. —Y las presumo.
Desde los dieciséis este tipo de spas me buscan mucho, pues es muy conocido que siempre pido que me pongan uñas de acrílico al morderme las naturales, y sólo así se impide que siga con aquella costumbre tan desa- gradable que no puedo evitar sin ayuda, desde que tengo memoria. Siempre he pedido diseños sencillos, incluso al principio la gente llegó a pensar que eran naturales hasta que un codicioso spa anunció como publicidad en una revista que “La pequeña Fabré” iba cada quince días a su negocio.
La joya que llevo es una pulsera de zafiros y diamantes negros con unos aretes largos a juego, que tienen en el centro un impresionante zafiro. Esos aretes debieron costar una fortuna. Las piedras azules de mis uñas son diminutas, pegadas sobre el artístico diseño de acrílico que me pidió, y casi rogó, en ponerme la agradable dueña del negocio de spa de manos y pies al que fui. Aunque estos diseños tan vistosos no son lo mío parece gustarles a los demás. Me da gusto por Claudia.
Mi apariencia parece impactar más de lo esperado.
Gran parte se la debo a quien me persiguió por ocho meses, pero también a Memo, mi amado estilista, y su equipo. La forma tan natural en que me maquilló, pero haciendo que mis labios se vieran más abundantes y mis ojos más bellos y llamativos, es de aplaudir. Recogió mi cabello en un estilo: perezoso. Así lo llamó al no hacerme un moño de manera rígida, sino descuidada y moderna. Al recoger mi espeso cabello, deja que luzcan mis aretes y mi espalda con su joyería.
—¡Te hiciste un tattoo! —más fotos, pero ahora es mi hombro el protagonista—. ¿Es permanente?
No, no lo es, pero no les aclaro. La pequeña imagen no es de más de cuatro centímetros de diámetro, no pensé que llamara tan rápido toda la atención.
—¡Quedó muy bien!
—¡Qué guay!
—¡Dudo que un señor como Bernat Fabré haya autorizado esto! Sonrío con malicia.
—Por lo menos uno de los dos está pendiente de su opinión.
Mi insolencia causa gracia, todos se ríen.
—¿Es un símbolo de que acabas de cerrar un ciclo de tu vida? —¿En esta nueva etapa Santiago estará contigo?
—Santiago y yo —le tomo el brazo que me ofrece con galantería ysonrío mucho más—, jamás podrá haber ya nada entre nosotros.
El mencionado se tensiona apenas salieron mis palabras, pero no lovolteo a ver. Estoy provocando el efecto que quería en él. ¡Perfecto! —Perdió su oportunidad y no me interesa desperdiciar más el tiempo con él ni con gente que ya es pasado. Acepté venir en su compañía por su insistencia, un tanto fastidiosa, y para dejar claro que las diferencias quedaron hace mucho olvidadas y como al principio, y más ahora, me son inverosímiles. Santiago tiene únicamente mi consideración, pero dudo que
lleguemos a ser por lo menos amigos. No vale la pena.
Giro a mi derecha para verlo. Aparenta bien, pero su cuerpo rígido, que siento a mi lado, no puede disimular lo humillado y molesto que está.
¡Excelente! Para que sepas cómo me sentí yo.
Entonces sobre su hombro visualizo bajando deprisa las escaleras a Ricardo Mattei. ¡Vaya! Parece que todos en una noche como esta nos vemos como nunca. Mi discreto compañero del salón es de facciones agradables, pero ahora está... Haríamos una perfecta pareja gracias a él. Ahora com- prendo por qué la mujerzuela de Álvarez duró más de dos años con esta guapura. ¡Cómo ha de arrepentirse!
Ricardo en una fiesta ya muy tomado me había besado, apenas rozó mis labios, en ese momento llegó Marian a la terraza e hizo un show, muy al estilo del programa “Cheaters”, sin golpes, pero sí la misma histeria. Ya no eran novios para entonces porque Mattei había terminado con ella. Después de eso hablo con mi supuesta amiga y le aclaro las cosas: nunca mefijaría en alguien que ella quisiera. Parece que se convenció porque hasta abrazo hubo. Entonces sigo sin entender por qué ha de tener tanta rabia la tipeja conmigo, pues yo soy la víctima de toda esta mierda.
—Rebeca —saluda agitado al llegar a mi lado e ignora a los fotógrafos—, por fin llegas. Quería pasar por ti...
—Ricardo, querido, tú siempre tan amable —mi tono sensual lo deja muy claro. Suelto a Santiago como se deja caer la bolsa de basura—. Siempre llego tarde y no quería que también lo hicieras por mi culpa.
Los flashes no paran de congelar el mejor instante.
—Es un placer esperar por ti —Mattei me ofrece su brazo—. Estás espectacular. Soy el más afortunado.
Su sencillez me parte el corazón aún en plena venganza mía. Parece que Ricardo no es consciente de su sutil atractivo y lo guapo que se en- cuentra con su esmoquin de chaqueta de dos botones y pantalón y corbata negra como todo el resto del conjunto.
—El placer es mío —y sin pensarlo, pues sabía que no lo haría si lo medito tan sólo un poco, le tomo la cara y lo beso en los labios.
Hay tantas luces invadiéndonos que siento que estamos siendo abducidos por toda esta bola de extraterrestres, que sin duda son seres de otro mundo.
Y esto no lo sabría sólo Santiago... ¡también todo el país! Pero sobre todo ella. ¡Qué maravilla!
Ricardo al principio me besa con torpeza, pero inmediatamente se adapta y su ternura es acogedora.
—¿¡Son pareja!?
Termino el beso y les sonrío a los reporteros.
—Eso veremos —le guiño el ojo a los espectadores cuando meseparo de él.
Mientras subo las escaleras siento sobre mi espalda la mirada asesinade Santiago... ¡Perfecto!
Digo mi nombre al de seguridad de la entrada y al buscar en su iPadnos deja pasar.
Apenas pasamos el amplio vestíbulo de lujo entramos al ruido de lamúsica y a la oscuridad del lugar entonces siento que alguien jala de mi brazo con exagerada fuerza. Es tanta que me gira por completo.
—¡Leonardo! —sorprendida logro apenas visualizarlo en la penumbra.
—Te he estado llamando día y noche —un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Rechinan sus dientes—. Un mensaje tras otro y nada.
—¿Algún problema, Rebeca? —Ricardo me localiza.
—Lárgate, idiota.
—Viene conmigo —se pone Mattei entre los dos.
—Te vi llegar con el imbécil de Vila —por fin mis ojos se adaptana la oscuridad y lo miro claramente. Algo en Leonardo está mal, pero no sé qué es—. Jugando sucio, eh.
—Rogando oportunidades —espeto burlona—, igual que tú. —¿Sí?
Su risa es tan siniestra que me erizó el vello del cuerpo.Y sin prevenir su reacción pasa de mi lado y detiene a Santiago de un jalón para encararlo, mientras que éste se dirigía al lado contrario del nuestro.
Un puñetazo va directo a su cara.
Siendo imposible para Santiago imaginarse ese ataque, sorprendido retrocede y al ver a su agresor no espera más y le regresa el golpe. La primera vez logra esquivar su atacante, pero con la segunda Leonardo no tiene suerte.
Los de seguridad aparecen por fin y tratan de separarlos. —¡Deténganse! —les pido preocupada y muy enojada.
Otros golpes a la cara y al estómago para cada uno siguieron antesque lograran alejarlos.
—¡No te le vuelvas a acercar! —lo amenaza Leonardo al quitarsecon brusquedad la sangre que derrama por su nariz.
El enorme guardia gordo y de melena larga, suelta a Santiago y sacaun pañuelo de su bolsillo del saco para limpiarse la cara.
—Supongo que ya estarás contenta —se dirige a mí—. Te aseguroque lograste lastimarme más de lo que querías. Pensé que eras diferente. Se me detiene la respiración.
¡No, yo no quería esto! Quería decirle y que me disculpara, pero miorgullo herido me recuerda por qué había decidido esto y cómo la pasé por utilizarme.
—Lo mismo digo de ti —le respondo levantando una ceja. Oculto perfectamente mis emociones que me convierten en una débil.
Ignorando todo, la gente que nos rodeaba por morbo se fue sin dejar de verme.
Siento cómo algo me oprime en el pecho.
—Ya te dejará ese idiota —agitado regresa a mí Leonardo.
De eso estaba segura y me duele saber que ya estaba todo terminadoentre Santiago y yo.
Es lo que quería, ¿no? ¿Pero por qué me duele tanto? Sin embargo,no quería que las cosas llegaran a este extremo. Todo este plan debería hacerme sentir bien, ¿por qué no es así? Se fue Santiago humillado y de plus hasta golpeado. Tendría que estar celebrando que se hizo justicia, pero no tengo ganas. Ahora faltaba Leonardo, con él debería ser más fácil. A él no lo llegué a querer como a Santiago, y además su engaño fue de lo más despreciable y grave.
—Vamos a nuestra mesa —me aprieta del brazo de nuevo con violencia. —¡Déjala! —le advierte Ricardo.
El agresor no hace caso y me sigue jalando haciéndome caminarunos pasos.
—¡No escuchaste que la sueltes!
Esta vez es Nico seguido de Felip. Tomaron a Leonardo de los hom-bros y lo azotaron en la pared más cercana.
—Largaros —exige Ricardo.
—Que salgan en tu ayuda unas mujeres, qué patético Mattei.
Y lo que supuse al oír esas palabras: Felip le planta un golpe tanfuerte en el estómago que Leonardo se dobla del dolor.
—Está drogado el muy estúpido. —Nico saca del pantalón del imbécilun pequeño cilindro de vidrio. Es cocaína.
¡Eso era lo raro que veía en él!
Ricardo regresa con dos tipos de seguridad y ya sin preguntarmecómo supo mi Big Brother del espectáculo, los encabeza.
—Seguirá dando problemas en su estado —mi amigo les entrega elrecipiente que guardaba la droga.
—¿Está bien, señorita? —Big Brother toma del cuello de la camisaa Leonardo y tuerce algo rudo su brazo izquierdo por su espalda al que un día, no sé ahora por qué, había sido mi novio por tres semanas.
—Sólo un malentendido, Óscar.
Al parecer esta noche la pasará en la cárcel hasta que su padre pueda llegarle al precio a la policía y sobornarlos, pues el cargar con droga es un delito sumamente grave en España. Qué fácil me la puso. Mejor final no le tenía reservado.
¡Qué noche!
—¿Estás bien? —preguntan mis amigos apenas desaparecen los de seguridad de aquí y el mío.
—Lamento todo esto —de verdad estaba que me moría de la pesadumbre por todo.
—Jugar con fuego nunca fue bueno, preciosa —me besa ambas mejillas Felip—. A menos que se esté tan lejos que ni las cenizas te lleguen. Inhalo profundamente para tratar de borrar, de manera mágica, sólo
con un respiro, todo lo ocurrido.
Pero no funciona, obviamente.
—Sólo quería desquitarme.
—Claro, suplicarían: los videos eran sólo el inicio. Nunca lo hacemosabiertamente, lo sabes.
Por supuesto que le doy la razón. Si mi mejor amigo y yo somos tanperfectos juntos es por la clase, moda y el saber, cómo nadie, dar el primer golpe que será el definitivo.
—Quería que fuera mi batalla.
—Para tener toda la gloria —suspira—. El problema es que caísteis tan bajo como ellos —la censura de Nicolau me pesa y me hace sentir mucho más miserable—. Lo de la apuesta fue infantil, pero lo tuyo con esa declaración... darles de comer a los carroñeros de esa manera carne tan fresca no es de presumir. Porque además les diste de tu carne y jamás nos ofrecemos como carnada. Te destrozará la prensa por esto, te lo aseguro.
Conclusión: hasta para ser mala y vengarte hay que ser inteligente. Inteligencia que fue eclipsada por mi rabia. ¡Mierda!
—¿Nos haces un favor? —Felip le grita a Ricardo para que lo escuche ante tanto ruido.
—Claro.
—Iremos por unas bebidas. Ahorita te alcanzamos.
Mi acompañante titubea y al final acepta al indicarle que estoy bieny se retira a nuestra mesa asignada.
—...Y usaste un inocente en todo esto —mi amigo no lo deja pasar.
—No —trato de defenderme—, yo acepté de verdad venir con él. No era parte...
—Sabes que le gustas, y te aprovechaste de eso.
—Sólo somos amigos. Además, no fue mi intención que fuera parte de este show.
Los guapísimos novios se voltean a ver con impaciencia.
—No seáis absurda. Recuerda lo que siempre digo: una mujer guapa no puede tener amigos a menos que sean gays. Sólo las feas tienen amigos.
Suelto una carcajada nerviosa por el chistoso comentario.
Es verdad que es notoria la preferencia que Mattei tiene sobre mí, aún más claro cuando hace unas semanas intentó besarme borracho. Pero estaba muy tomado. Eso no quiere decir que le guste como cree Nico. Porque si de atractivo se trata... la zorra lo es bastante.
***
Llevábamos poco tiempo sentados y disfrutando de nuestros cócteles coquetos cuando una visita bastante anhelada llega a nuestra mesa.
—¡Maldita...! —se ahoga con sus palabras al darse cuenta de que, mi pareja es justamente quien le está dando la espalda— ¿¡Ricardo!?
Ex novios se encuentran y yo viendo esto en primera fila. Se había tardado Marian en aparecer. Ya hasta estaba temiendo que no hubiera venido después de la vergüenza pública en la ceremonia. ¡Dios es grande! ¿Quién dijo que no es justo? ¡Gracias!
Marian se ve espectacular con su vestido entallado y escotado color rubí, y el maquillaje hace lucir sus ojos claros aun en la oscuridad. Su cabello castaño también lo tiene recogido permitiendo enmarcar su belleza delicada.
—¿Qué haces con esta...?
Mi pareja pasa su mano sobre mis hombros y me estrecha de forma íntima.
—Me dio el honor de salir con la mujer más guapa de la noche —y me regresa el beso que yo le di afuera.
¡Vaya! Ricardo Mattei no es un inocente después de todo, él también me está utilizando para lastimar a su ex con quien más la puede matar: conmigo. Yo estaba tan centrada en mi herido orgullo que nunca pensé que él también es un víctima, pues en la época que Marian tuvo su venganza, Ricardo pedía su perdón, aun cuando no le había sido infiel, pues habíanterminado. La perra de mi ex amiga se queda sin una vendetta y sin su novio.
Termino el beso con una sonrisa divertida en los labios.
Le lanzo una mirada súper obvia a Nico. Levanto las cejas y sé que le llega mi mensaje mental: mira a tu “inocente”. Me está utilizando bien y bonito. Por supuesto en este caso no me molesta en absoluto: yo encantada. Le guiño el ojo a mi amigo. Sé de inmediato que él me entiende, me sonríe de esa manera diabólica: fascinado de estar en medio del drama. Mi maravilloso Nico jamás cambiará. Me río aún más por eso.
—Lamento que al final no dijeras el discurso —esto me cerrará divinamente la noche.
—Eres despreciable —tiembla de ira—. Por tu culpa ninguna universidad de prestigio me aceptará.
—¿¡En serio!? No tenía ni idea —mi falsa sorpresa es como para un Óscar. ¡Bravo!
—Estúpida —golpea la mesa con ambas manos, por suerte las bebidas apenas se derraman—, has acabado con mi carrera. Mis padres están furiosos...
Algo tan guay no se me hubiera ocurrido, es labor de Felip y su novio, pero el que Marian me diera crédito en algo así de verdad que me hace comenzar a disfrutar a lo grande de la graduación. Será inolvidable.
—Yo también lo estaría al tener a una hija puta a la que le encanta exhibirse. Qué ironía, ¿no, amiga? —esa última palabra la digo con total hipocresía y veneno—. No saber que el departamento de mi querido Leo tiene cámaras de seguridad y yo sé acceder... y todos ahora conocen tus... gustos... de estar con uno y con otro. Si lo sé yo que lo sepa el mundo —me burlo con gratificante maldad—. No me lo agradezcas. Pensaste a lo grande, felicidades.
—Lo que has hecho es grave. ¡Te demandaré!
—Hacedlo por favor —sonríe maliciosamente Felip y levanta su copa en la dirección de Marian y bebe para después añadir:— Me excitan los retos.
¡Entonces así había sido! No me sorprende.
Lo medito seriamente. Felip Alós es un genio cibernético treintañero, de melena rubia, ojos castaños, cuerpo más esbelto que su novio, pero totalmente tonificado igual que el de él. Ha de estar midiendo los ochenta, aunque Nico asegure que son igual de altos. A mi sexy dios griego lo avalan dos maestrías en Harvard y la experiencia como pocos de haber trabajado para seguridad internacional. De hecho, él trabaja muchas veces para la seguridad de mi piso. Hace un año instaló cámaras de vigilancia, y había protegido todas las computadoras, móviles de Bernat y de su equipo político y de negocios. Así fue como lo conocí y meses después se lo presenté a Nico al saber que serían la pareja perfecta y, después de más de seis meses de relación fiel, me doy cuenta que no estaba equivocada.
Con trabajo controlo sitios sociales y Word, me es imposible tener idea de lo que hizo mi buen amigo. Debió ser algo increíble para que no quedara registro desde dónde se enviaron todas esas copias del video pornográfico de la desplazada joven ejemplar de la generación.
Ricardo se pone de pie y como Leonardo me tomó del brazo cuando entré, él toma el suyo.
—Te acompaño a tu lugar.
Marian se zafa de Mattei.
—Estúpida —agarra la copa de Ricardo de la mesa y me lanza ellíquido.
Me cubro la cara a tiempo para evitar que me empape. Tenía tan pocabebida la copa que la servilleta atrapa la mayoría de lo lanzado mojando más la mesa y muy poco a mí. Desde su llegada sabía que algo haría por eso estaba preparada con mi servilleta a la mano. Siempre tan predecible. Bueno, no siempre, el que tuviera sexo con mi novio la verdad es que ni en mis pesadillas lo imaginé.
—Sé más original, amiga. Qué aburrido cliché —la censuro hastiada.
—Te juro, estúpida, que te vas arrepentir por cada una de tus humillaciones —ruge roja de odio—. Te crees mejor que los demás por tu apellido, pero todos ustedes son una porquería. Te juro que esto no queda así.
—No, claro que no —me burlo divertida, actitud mía que la enfurece aún más.
—¡Maldita, cuanto te desprecio! Nadie te quiere, ni la puta de Isabel, mucho menos te querrá sinceramente un hombre...
Ricardo la jala del brazo y le dice algo al oído, ella palidece y sin más alboroto se la lleva. ¿Le recordaría que su padre necesita el apoyo total de Bernat para la mayoría de sus fuertes negociaciones? Así fue como nos hicimos amigas apenas llegué a vivir hace un año aquí, pues el ingeniero Álvarez, intentó ya como último recurso, después de tantos años, acercarse al viejo por medio de la nieta recién llegada, a la que además le agradaba la convivencia con su hija. ¡Cómo dejar pasar esa oportunidad!
Ahora que lo pienso y por estas últimas palabras de la zorra: ¿fue real su amistad? Es clara la respuesta. Otra persona que me ve como el puente más seguro y eficaz para llegar al viejo. Aunque siempre soy el medio para llegar al fin codiciado, no termino de acostumbrarme y mucho menos aceptar que de esta manera se siga rigiendo mi vida.
Me juro que no volveré a caer, ya no seré ingenua un segundo más. Desgraciadamente este mundo tan mezquino es para vivir a la defensiva. La gente que se acerca a mí siempre ha de tener doble intensión, y de eso ya estoy hasta la madre.
Observo su callada retirada. Qué golpe bajo y cruel mencionar lo de mi familia cuando con ella me había abierto de verdad, en cómo me sentía con ellos.
Verme así, con este agudo dolor es lo que quiere, no le daré ese placer. Tomo aire de manera profunda y me giro a la izquierda para ver a mis amigos y me obligo a sonreírles.
—¡Vaya noche! —elevo mi copa, Nico y Felip también—. A disfrutar que esto no pasa todos los días... ¡Salud! —Y bebo todo el contenido de mi copa.
***
He tomado mucho más de la cuenta. Estoy un poco mareada, pero el bailar y reír con mis guapísimos acompañantes convierte mi cuerpo en un agradable amigo del alcohol.
Entre empujones y tropiezos trato, con ayuda de Ricardo de ir al baño pues me urge. Es la cuarta vez que vengo en toda la noche. La última vez que vi el reloj eran las dos y media de la mañana, supongo que para entonces ya son como las tres.
—Muchas gracias, no tardo —borracha le beso la mejilla.
—Aquí te espero —él también bebido me agarra de la barbilla y me da un tierno beso en mis labios—. No tardes.
Estoy segura que estúpidamente risueña asiento y entro al baño.
Una vez fuera regresamos a nuestra mesa. Unos conocidos me saludan de lejos y me hacen unas señas que la verdad no comprendo, pero por sus sonrisas parecen ser amistosas. Creo que quieren que vaya con ellos. No me interesa, estoy pasándola a lo grande con mis amigos. En eso me giro para seguir mi camino cuando una mesera tropieza conmigo y su charola con algunas bebidas caen sobre mi vestido.
—¡Pero qué...!
La joven mesera me contempla muerta del pánico con sus oscuros ojos muy abiertos.
—¡Dios! —está gravemente aterrada—. ¡Señorita, cuánto lo lamento!
Ricardo de inmediato pasa un pañuelo que llevaba en su saco por mi vestido mojado:
—Trae toallas del baño.
Sigue la empleada en shock y yo muy mareada.
—¡Muévete, coño! —le ruge mi pareja de noche.
—¡Sí, sí! Lo siento muchísimo, señorita.
Frunzo la frente desconcertada: tengo la mente tan estropeada comomi vestido. Algo tiene el alcohol que ha desconectado mis emociones. Sé que estando en mi sano juicio esto me tendría histérica, pero lo cierto es que estoy choqueada... estoy pero no estoy...
Con la mente más despejada regreso al baño, sin antes insistirle a mi pareja que vuelva a la mesa, que en un rato los alcanzo. Voy al baño sin saber si Ricardo me hizo caso y se fue.
Entro al espacioso tocador del baño y detrás mío la mesera con lo pedido. Está hablándome pero no le entiendo, está muy agitada.
Tomo las toallas y trato de salvar mi vestido. No tiene caso, puedosecarlo un poco pero la mancha brillosa en mi Versace es muy notoria e imposible de quitar.
—Tendrán que llevarlo a la tintorería —pienso en voz alta con el cerebro atrofiado.
—Le pagaré los gastos en cuanto pueda —alarmada me ruega: — Pero por favor no pida que me echen.
Por primera vez le pongo atención. Entrecierro los ojos en su dirección para lograrlo: es una joven menuda y de cara bonita. Sus ojos son verdes y no oscuros como creía. La luz suave del baño me permite observarla mejor que las luces brillantes de colores que están en total movimiento. Lleva su cabello castaño recogido. Viste completamente de negro con su pantalón, blusa y zapatos bajos.
—¿...echarte?... Debería, sí.
—De verdad necesito el trabajo...
—¿Lo hiciste a propósito? —me incliné para contemplar mejor susojos y ver si me dice la verdad.
—¡No! —se atraganta—. ¡Cómo puede creerlo! Yo jamás...Dejo de escucharlo, sólo puedo tener mente para una cosa: Marian. Puede ser que al final la puta no se haya ido.
—Te pagaron por hacerlo —insisto.
—¡Lo juro que no! Le suplico que me crea. Yo sólo...
Teme mucho por su trabajo, no se arriesgaría a hacerlo ni por paga.Si fuera así simplemente lo hubiera hecho y después se habría ido.
—Sólo fue un accidente —concluyo... por fin. No hay delito queperseguir.
—No suele pasarme, pero unos jóvenes empezaron desde hace rato amolestarme —agacha avergonzada su cara—. Uno de ellos hasta me tocó. —¿Quiénes?
—No importa, señorita.
—¿Ya sabe tu jefe?
—Sí, pero al ser uno de ustedes el involucrado no quiere hacer nada. —Sí, me imagino —siseo. Me hierve la sangre tanto que comienzaa evaporarse un poco el alcohol en mi cuerpo.
—Entonces me dijo que si no me parecía no me pagaba y listo, porqueno estoy cumpliendo con las horas que dice en el contrato. Además, sin carta de recomendación. Y con el paro que hay no puedo...
—¿Me puedes decir quiénes son o cómo son físicamente?
—¿Para qué? —su mirada verde de pura suspicacia me analiza. —Dímelo —ordeno con exasperación— o tu jefe sabrá cómo acabasde destrozar un vestido de más de treinta mil euros. Y una simple tintorería no podrá quitar esta mancha —señalo su desastre con ambas manos.
—¡No puede ser! —chilla horrorizada, su pequeño rostro es todo un poema—. Jamás podría pagar ni el arreglo.
La está pasando muy mal.
—¿Cómo te llamas?
—Lorena.
—Muy bien... —Mierda, no tengo memoria para aprenderme nombresnuevos ahora—. Lorena. Entonces dime.
—Es un grupo de las primeras mesas junto al DJ. Son cuatro. —¿Uno de ellos viene con saco rojo?
—Sí.
—Roberto y sus estúpidos peleles. Sigue trabajando y olvídate deellos. No te preocupes, yo me encargo.
—Gracias —sonríe aun sin estar totalmente segura del significadode mis palabras—. Es usted la señorita Mares, ¿verdad?
Afirmo con la cabeza sin prestarle atención, toda mi concentraciónse enfoca en cómo diantres seguir parada e irme de ahí sin perder el estilo. —Estaba segura por su acento, pero sobre todo por el parecido a
Isabel Fabré. Es más linda en persona que en las fotos.
Todo lo que se le ocurre decir para que no pida que la corran. Lesonrío sin ganas por culpa de mi estado festivo y regreso a la mesa.
Está una copa de margarita esperándome. Me río encantada por la broma: —Muy buena.
Y sin sentarme me tomo a mi “tocaya” hasta el fondo.
—¡Que tragedia! —exclama Nico y pasa sus manos por mi vestidodesgraciado, manoseándome descaradamente—. Ya nos contó Ricardo. ¿Dejaste cuerpo al cual llorar?
—Fue un accidente.
—Lo dudo —levanta la ceja, dejando ver la misma conclusión a la que también yo llegué.
—Iré a cambiarme de vestido, no tardaré.
—Te acompañamos —se paran los tres.
—No. No es necesario.
—Pero insisto —mi acompañante me da su brazo.
—¿Les parece vernos en Opium Mar? —el antro lo sugiere Felip—.Aquí su fiesta ha terminado, pero aún hay mucho que celebrar. —Perfecto —les digo y volteo para dirigirme a Ricardo—. Y acepto tu ayuda, Serrano. Tomé mucho —frunzo el ceño a lo Maquiavelo—.
Además, necesito que Big Brother se quede porque tiene algo que hacer.
—No otra de tus venganzas mal planeadas, Rebeca. —Nicolau es el único que se atreve a hablarme así, como si estuviera tratando con una imbécil sin entendimiento—. El dueño se asegurará que la tipa no vuelva a tener trabajo y llore sangre, ya déjala en paz. No pierdas más tu tiempo.
Por su expresión rígida exagerada... me carcajeo como idiota. —No —trato de sofocar la risa—. Sólo ayudo a la gente inocente, cariño.
***
Dejo instrucciones para Óscar y que así se encargue de la situa- ción de Lorena como él crea más oportuno. Yo me iré a mi piso, con Ricardo como conductor. Me costó mucho convencer a mi fantasma vip para que se quede y me deje ir, por desgracia no permite que me vaya ni acompañada puesto que toma su trabajo en serio, de manera obsesiva. Entonces por el bien de la pobre mesera decido que nos quedemos hasta que Ernesto venga a mi rescate, así él nos llevará y Óscar se quedará para mi encargo.
Ricardo también está tomado pero nada se compara conmigo. Beber la margarita no fue buena idea. Me siento morir, con muchas náuseas apenas puedo estar de pie. Por eso en lugar de esperar afuera con el aire fresco al chofer de Bernat y al jefe de seguridad, Ernesto estoy siendo martirizada por el calor del lugar y el ruido, y todo para que los reporteros no tengan una foto demasiado interesante del estado de Rebeca Mares. Los oídos no paran de zumbarme. Alguien en mi interior ha muerto pues un infinito tiiiiii me está torturando los oídos.
Ricardo tiene que satisfacer sus necesidades biológicas y se retira por unos minutos, mientras yo en el vestíbulo enorme del castillo moderno estoy sentada en uno de los sillones, sólo esto puede evitar que no me mate por culpa de la gravedad, fanática y deseosa por cumplir con su ley básica.
Bastante mareada volteo al otro lado, casi en frente de mí encuentro platicando con unos jóvenes al profesor Neri.
Siento que comienzo a alucinar... Cierro los ojos para ver la realidad. Los abro. Ahí sigue Joanet Neri impresionante con su ropa elegante... ¿Vino?
¡Vino!
No lo puedo creer.
Distraído posa su mirada en mí e inclina la cabeza en señal de saludo. Yo le regreso el gesto sin sonreír, pues no tengo motivo... ¡Estoyborrachísima! Además con un vestido que ya no es nada increíble por la enorme mancha que es lo único que se ve en él. Va a imaginarse muy malas historias del porqué mi vestido está así y yo en tan deplorables condiciones... ¡Y lo peor es que esas historias sí serán ciertas! ¿De esta manera Neri me tenía que ver? ¿por qué no antes? ¿otro día?... ¡Pushit!
Se ve terriblemente interesante con su traje platinado (en el que lleva un pañuelo oscuro en la bolsa del pecho), con camisa negra, dos botones sin abrocharse y liberado de la corbata. No sé por qué tengo una debilidad por las corbatas y los zapatos de caballero; los que lleva en punta de piel de cocodrilo y con hebilla plateada son de total éxtasis para mí.
Nunca lo soñé, pero sí estaba aún lo suficientemente estúpida e in- genua como para creer que alguien como Neri se fijaría en mí... ya hoy lo acabo de destruir con una bomba nuclear.
Bertram Joanet Hergenröter Neri, es el hijo menor de cuatro hombres del alemán Egmont Hergenröter y de la española Carlota Neri y por lo tanto uno de los herederos de una de las dinastías farmacéuticas líder en el mundo. H&O Life. Como siempre lo dije, ese hombre lo tiene todo: inteligencia, ju- ventud, belleza, poder y hasta un apellido impronunciable. Sin embargo, sucomportamiento siempre es reservado, nada creído, y mucho menos arrogante. No es un hippie que deja todos los demonios de la frivolidad, puesto que no hay nada en su exterior que no sean anuncios de costosas marcas europeas. Siempre viste impecable, con lo mejor. Y su Aston Martin plata deja más que visto que disfruta de los privilegios que da un imperio tan formidable como H&O Life. Aun con sus gustos muy caros no es el típico hijo heredero. Al contrario, parece disfrutar dando clases y llenarse en cada momento de conocimiento y madurez. Lo que le sobra de extravagancia y rareza escogiendo trabajar en una escuela, le falta de estúpido. Jamás ha estado en escándalos y ha tenido pocas novias. Todas bellísimas por supuesto, de esas mujeres de las que no crees posible exista tal perfección hasta que las ves en persona. Curiosamente no duran más que unas semanas. Supongo que esa duración sentimental se debe a las altas exigencias que un hombre como él, que es todo y lo tiene todo, debe tener. Y está bien, porque como Joanet Neri hay pocos y no cualquiera debe ser merecedora de sus atenciones.
Observo cómo se despide de otros graduados y se dirige a mí. ¡Joder, no!
Las náuseas se hacen más insistentes, tengo que usar un podersobrehumano para evitar lo imposible: vomitar. Y en este momento. ¡Todopoderoso, si quieres momento para acabar con el mundo...
usa este!
Respiro como puedo para poder quitar un poco de los mortalesmareos que tengo y me enderezo.
—Profesor —saludo formal. ¿Dónde quedaron esas ganas que teníaen la ceremonia de coquetear con él? Se quedaron en la última copa de margarita que me tomé, por lo visto.
—¿Ya se retira?
—Un accidente de una mesera —agacho mi rostro para ver de nuevo la atroz mancha de mi Versace.
—¡Cuánto lo lamento! es muy lindo como para que termine en una noche y así.
—Así suelen ser los accidentes... llegan en el peor momento —me refería a él más que a mi vestido. ¿Por qué tenía que verme así?—. ¿Acaba de llegar?
—Desde hace un rato decidí que debía cumplir con mi palabra.
—Me da gusto que viniera —con emoción reconozco que siempre será un deleite verlo. Aun con la facha de escoria que debo tener.
—¿No gusta que la lleve a su casa? Es mejor para usted que no conduzca.
¡Maldita sea!
¿Qué pinta he de traer? Desgraciadamente peor de la que suponía. Una cosa es ser una lamentable escoria, pero alcohólica...
Ni me imagino intentar en convencerlo de que lo cierto es que casi no tomo y no suelo ser así. Es cierto, pero como tengo esta pinta, dudo que me crea.
Hablando poco y según yo impecablemente educada, no creo que deje notar mi verdadero estado... ¿o sí?
—No se preocupe, profesor Neri. Yo la llevaré.
De nuevo escucho detrás de mí a mi salvador: Ricardo. —¿Seguro? —achina los ojos—. No debería tampoco manejar, señorMattei. Permítame entonces llamar un Uber.
—Estaremos bien, mi súper niñera acaba de llegar —señalo con lamano el hombre que esperaba—. Gracias.
Nunca me dio tanto gusto ver a Ernesto. El chofer se acerca a no-sotros apenas nos encuentra en la estancia de baja luz.
—Buenas noches —saluda fríamente.
Dudo que me ame por sacarlo a esta hora de su cama, pero me alegraque me lleve de aquí.
***
Antes de subirse al coche negro del viejo, Ricardo me ayuda a quitarme los zapatos. Estoy de acuerdo con él en que en cualquier momento estas trampas mortales me van a matar.
Ambos vamos callados en la parte de atrás del Mercedes. En su papel “de que nada pasa sin que yo me entere” el padre de Paulina va manejando.
Lento pero seguro va conduciendo hasta llegar a mi edificio.
El portón grueso de hierro color gris se eleva y entramos al elevador.—¿Sabes? —me cuesta hablar, pero lo hago para romper el silencio mientras entramos al garaje—. Mi... abuelo siempre... dijo que... descon- fiara... de un... buen... bailarín.
No sé si se ríe por como arrastro las palabras al hablar o por mi comentario.
Cincuenta y ocho segundos...
Ernesto nos saca del elevador y se estaciona a un lado del Bentley. —Entonces no tenéis que desconfiar de mí.
—Ni tú de mí.
—En las últimas canciones que bailamos te luciste.
El alcohol sin duda a esa hora me favoreció tanto que solté mi cuerpo en movimientos que no tengo idea de dónde saqué, pero fueron geniales. Me recargo en su hombro, el derecho, pero antes contenta le beso la mandíbula. Mi amigo sigue con mis sandalias en sus manos y las observa con mucha atención y varias veces escucho innumerables halagos para esos gemelos en obras de arte.
No éramos los dos los peores bailadores de la noche, pero nuestrosmovimientos simples y sin compás dejaban mucho que desear. Hasta que las bebidas coquetas sacaron a relucir la bailarina que ni yo conocía.
Ricardo me abre la puerta del coche y tomo su mano para recordar dónde está el punto de equilibrio. Agradeciéndole con una sonrisa boba me dirijo a las puertas de vidrio. Al abrirse veo que todas las luces están prendidas y el agua de la cascada del vestíbulo cae desde lo alto. Eso sólo me dice una cosa: Isabel... ¡Nos honra con su visita!
Hace igual o más revuelo la Fabré que cuando alguna virgen hace el milagrito y visita a sus fieles.
¡Santa Isabel!
Camino, obviamente con ayuda de Ricardo, hipnotizada por esa belleza artificial y me detengo a sólo un metro de ella. Es tan suave la caída del agua que aun sin ver dónde se encuentra la súper modelo puedo escuchar su voz.
—¿No te das cuenta de cómo este comportamiento daña a tu hija? —Bernat es quien está molesto pero como siempre: jamás pierde la compostura.
—Tú querías encargarte de ella, ¿no? —Isabel le grita indignada—. Te aseguro que está mejor contigo que conmigo.
—Es vergonzoso tu comportamiento.
—¿¡Qué comportamiento!? —de repente explota—. ¿El mío o lo que dicen las revistas? Que son dos cosas muy diferentes.
—A esa basura yo nunca le he hecho caso, Isabel. Hablo del comportamiento que demuestras aquí con la familia, con Rebeca.
—Sólo hago lo que puedo, padre —no permite más crítica—. Estoy consciente que no es mucho, pero no puedo más.
Hastiada de lo de siempre doy media vuelta para encontrarme con Ricardo pero un cuerpo sentado en el fondo de la sala capta mi atención.
—¡Buenas noches! —creo que saludo con exagerado volumen porque aún tengo los oídos muy tapados por horas de música del antro.
No lo había visto cuando pasé y no suelo ser distraída. Se nota que estoy fatal, tanto por culpa del alcohol, pero más por la inaudita presencia de la mujer.
¡Santa Isabel!
El hombre se levanta y avanza hacia mí.
—Buenas noches —con suma gallardía me enseña una sonrisa dedientes inmaculados y tan blancos que me hace parpadear como si fuera una retrasada. No sé si es eso o el alcohol lo que me está queriendo cobrar por completo la factura en este instante—. Supongo por el parecido que eres Rebeca. Soy Valentino.
Tiene un extraño acento que no puedo reconocer.
Otro que por millonésima vez dice que somos idénticas, pero eso es imposible: ella es bellísima. Me molesta mucho cómo todos esos estúpidos pre- tenden engañarme, pues sé que sólo lo dicen movidos por la lástima. ¡Gilipollas!
Mi rostro ovalado, ojos levemente almendrados oscuros (me gustan, pero es porque tuve la suerte de tener unas muy largas y tupidas pestañas onduladas naturales que los hacen llamativos, lo cual agradezco. Jamás han pasado por un enchinado1 ya que son muy lindas por sí solas). Mis labios son algo abundantes, nariz nada especial ni delicada: recta, una pizca respingada. Creo que lo único igual a Isabel es la dentadura alineada, ninguna tuvo que pasar por aparatos ni tratamientos, el cuello delgado y largo al igual que las piernas. Mi tez es blanca, sin embargo, la de la modelo lo es más aún. El cuerpo de mi progenitora, a pesar de dos hijos, hace babear a cualquiera y yo con mis medidas proporcionadas, cuidados rigurosos en todos los detalles, ni de coña llego a provocar un impacto similar al de Isabel.
Hago de nuevo el recuento de los daños en mi mente y por milésima vez llego a la misma conclusión: ¡Por supuesto que no nos parecemos!
Este hombre es el de la última foto que ha salido de la modelo en las revistas. El del yate.
—Y yo supongo por tu atractivo y el reloj Rolex: ¡eres el siguiente de Isabel!
—¿Disculpa? —entrecierra inaudito su mirada chocolate. Alcanzo a detectar en su casi perfecto español que este hombre no es español, pero tiene sangre latina. Se me hace conocido.
¡Oh, por Dios! ¿Acaso es...? ¡Pero claro! ¡Es Valentino Gabanelli! Recuerdo lo que según Nico, que está muy informado, me dijo mientras me ponían el tattoo, que el director italiano es el nuevo amante de la Fabré. El hombre es de los directores con más prestigio del mundo; es dueño de una televisora y de un estudio de cine, merecedor de varios premios, como ocho Óscares creo, como mejor director, guión... ¡Tanto saber de los demás, gente efímera en la vida de esa mujer, me tiene hasta la madre!
—Ser el numero treinta y seis, según el Time, es de pedir disculpas a ti... no a mí —sale de mi boca una sonrisa torcida—. Por eso mi ama de llaves, me refiero a Nuria, siempre ha considerado: que belleza en exceso junto al poder, es el alma del demonio. Suerte, la necesitarás.
Y dejando al hombre de casi uno noventa de estatura con ropa formal y percha muy respetable, me dirijo a las escaleras con Ricardo, mi fiel guía de las últimas horas.
—¿Rebeca?
Isabel, que ahora luce un vestido negro corto, que es menos formal que el de la ceremonia, me llama sorprendida y detrás de ella Bernat. Van saliendo del estudio.
—¿Madre? —aparento la misma sorpresa—. ¿Y ese milagro de que nos honres con tu presencia? —bajo los pocos escalones subidos para reunirme con mi adorable progenitora.
—¿¡Estas tomada!?
¿Isabel horrorizada? ¡Por favor!
¡Si todos sabemos que a los catorce ya consumía drogas! Que ahoratodo indique que por fin las dejó no le da ningún derecho a nada sobre mí, porque es nada en mi vida. Ella así lo eligió.
—¿Por qué esa cara? —pregunto por la expresión de disgusto de ella—. Creo que tenemos unos parámetros de moral un tanto... curiosos —me burlo—. No es peor estar borracha que estarse acostando con medio mundo y ni siquiera saber sus nombres —hago una teatral reverencia—.
Cosechando lo que se ha sembrado, señora. No eres nadie para darme clases de moral.
Respira profundo y habla despacio:
—Hablamos mañana.
—¿Estarás? Wow, gracias —la abrazo muy mimosa. Isabel me retiraapenas me siente. Me molesta que me quite pero no lo demuestro. Me alejo de ella, como siempre me restriega qué prefiere—. Se nota que estamos celebran- do... ¿mi graduación? —se pone su mano hecha puño en su boca muy cerrada para contenerse y presume un anillo en su anular que carga un gigantesco rubí. ¿Sería anillo de compromiso?—. Oh, pero qué tonta, ya veo, nuevo novio —aplaudo en dirección del tal... no sé quién—. Felicidades, madre. Y de verdad lo lamento, te ves buen tipo —cruzo mis brazos llevándome mis manos a los hombros, en señal de abrazo hacia la nueva víctima de la modelo—. Bueno, todos los demás también lo parecían —y me acuerdo de la existencia de mi amigo que está alejado de nosotros, detrás mío. Me doy la vuelta para verlo mejor—. Serrano, ve a la cava y trae la mejor botella para celebrar.
—¿¡Os hiciste un tatuaje!?
—¡A que mola! —suelto con entusiasmo la concurrida expresión es- pañola para fastidiar a los mayores al no hablar con propiedad. Les enferma a padre e hija que la gente no lo sea y es por eso que lo hago.
—¿Cómo se os ocurrió?... ¡Dios! —agarra Isabel de mi hombro con firmeza y me inclina con brusquedad para ver mejor el tatuaje—. ¿Y esa imagen?
—Tú sabes: extravagancias juveniles.
Me suelta con desprecio.
Nunca lo había pensado, pero es cierto, se metió de todo, hizo detodo, pero jamás se tatuó. Supongo por su trabajo de modelaje. Por fin tengo una primicia sobre ella... ¡Olé!
—Te llamas Ricardo, ¿cierto? —ahora su atención cae en mi amigo—. Gracias por traerla —aun con todo es muy amable—, pero es mejor que ya te retires. Si no traes coche, Ernesto te llevará.
—No hay problema, yo...
—Sólo vine a cambiarme de vestido —informo interrumpiendo a Ricardo—. Volveremos a salir.
—No, no lo harás...
—Claro que sí —la reto y mi mirada lo jura.
—¡He dicho que no!
—¡Estoy harta de ti! —grito envalentonada por el alcohol—. Nuncaestás y sólo vienes a dar órdenes para luego desaparecer. ¿Qué te importa lo que haga con mi vida? De hecho no te interesa, sólo te gusta controlar todo —gesticulo levantando mis manos por el coraje—. Su simple nombre ya controla todo en mi vida. Por años rogaba algo de tu atención. He hecho de todo para tenerla. ¿Pero sabes? ya no me importa. Si no tengo una madre porque se está revolcando...
Y por fin llega lo que parece pido a gritos.
El golpe es tan fuerte en mi mejilla derecha que me hace tambalear para atrás.
—¡Isabel! —Bernat furioso la amonesta.
Y el silencio más doloroso y asfixiante que he vivido se extiende por varios minutos.
Por fin tengo cara para verla a los ojos y subo la mirada.
—Perdona —merecía la bofetada—. ¿Por qué no puedes quererme? Todo siempre fue para Gabriel, ¿cierto?
Cierra los ojos y respira profundo. Parecía terriblemente cansada, incluso débil.
—Vete a dormir, mañana hablamos.
—¿Hablar? —estoy a punto de llorar, pero no quiero demostrar hasta qué punto llega mi debilidad—. Pero sólo necesito un abrazo y que me digas que te importo.
Me acerco con mucha torpeza por culpa de mi estado y la tomo de la cintura con fuerza.
—Rebeca...
Trata de que la suelte. Está deshaciendo mi abrazo con aprensión. No quiero dejar de estrecharla al ser la mujer que me dio la vida, y además huele tan rico a perfume sofisticado como ella, pero unas náuseas aparecen de repente y apenas alcanzo a alejarme lo suficiente y... vomito.
—No...
No pudo decir ella más, los enormes chorros salen precipitosamente de mi boca. Ensuciando las sandalias doradas y los dedos con perfecta pedicura de Isabel.
Me agacho para seguir vomitando y siento las manos nada familia- res del italiano que masajea mi espalda, sé que es él porque veo entre mis pestañas sus costosos zapatos de piel café claro.
Me ofrece su pañuelo de tela para limpiarme la boca. Lo tomo sin atreverme a verlo.
Por fin me siento un poco mejor y me enderezo. —Lo... —me arde la garganta— lo lamento.
Y llena de vergüenza me dirijo al garaje.
—¡No te vayas!Y las puertas automáticas de vidrio me protegen al cerrarse.
¿¡Qué hice!?
Así que menos podré ganar el cariño que un día tuvo Isabel pormi hermano. Es ya imposible. Lo pude ver en sus ojos cuando la abracé: me detesta. No tolera mi presencia, mucho menos mi tacto. Siempre será igual: nunca obtendría nada de ella, sólo el sentirme orgullosa de que una mujer tan hermosa y asediada por todos me hubiera dado la vida.
—Listo, señorita —apenas llego al garaje, aparece como siempre de la nada Óscar—. La señorita Lorena le agradece...
Le arrebato las llaves de mi coche nuevo.
Me subo al Audi y empieza a bajar al tocar el control.
Cincuenta y ocho segundos...
Es el tiempo que tarda en levantarse la enorme puerta eléctrica que da ala calle. Espero... en ese momento sale el vigilante de la caseta de vigilancia. —Señorita, no puede...
Por suerte está lo suficiente abierto para pasar, acelero. El señor no alcanza a cerrarme, como estoy segura que Bernat o Isabel le ordenaron por teléfono.
Sigo descalza, eso facilita el control de los pedales y rápidamente doy vuelta por varias calles hasta llegar a una avenida principal que por la hora está prácticamente desértica.
Estoy con tantas emociones encontradas...
Comienzo a sentirme mal, busco mi inhalador. Lo dejé en mi bolso de mano. ¡Maldita sea, aparece mi ataque de asma!
De ir a más de ciento sesenta kilómetros por hora le voy bajandopara orillarme. Es entonces que un señor aparece de la nada con un caballo que tira de una carreta en mitad de mi camino.
Le pito, pero parece no escucharme.
¡Dios!
Por la velocidad no tengo tiempo suficiente para frenar y evitaratropellar al tipo, por eso decido esquivarlo subiéndome a la banqueta. Al pasar junto al señor y su carreta le vuelvo a pitar, estoy histérica. Pero el estúpido ni se inmuta. ¡Cómo es posible!
El camino comienza a difuminarse y a mí alrededor se está llenando de árboles y nieve... que nunca había visto.
Nieve... ¡Nieve!
¿¡Pero qué demonios!?
Al retomar camino trato de frenar pero no siento los pedales. ¡Qué pasa! ¡No, no por favor!
Y sin esperarlo y sin entender empieza rápidamente a costarmerespirar y silbidos agitados y agudos se desarrollan desde mi pecho. Crece aceleradamente mi falta de oxígeno hasta llegar a un punto en el que en segundos será ya imposible inhalar. Es tanto mi terror de morir asfixiada como el perder el control del Audi. Vuelvo a querer frenar pero sigo sin sentir los pedales. Comienzo a ver borroso, ya ni mis manos soy capaz de sentir. Intento tomar el control del vehículo pero pasa algo insólito: traspaso el volante. ¡Como si no tuviera cuerpo!
Poco logro, pero visualizo que a pocos metros, en medio de la nieve, la avenida comenzará a curvarse y condenada únicamente me queda ver muerta de terror cómo el coche va disparado a estrellarse a uno de los edificios y yo sin poder hacer nada.
¿Qué hago?... Sólo... sólo... ¡Por Dios, no tengo el cinturón de seguridad puesto!
Es una muerte inminente... ¡No, no, nooooo!
Y el Audi y Barcelona desaparecen de mi vista.