Saga Darkyria
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Capítulo I
Quiero que nunca olvides que eres mi golfa favorita
Sus dedos lentamente con ternura acariciaron mis senos, siguiendo después de ellos sus labios y lengua. Sabe con gloriosa exactitud lo que me fascina que me provoque.
—Te amo —me dice en un terso tono lleno de intensa pasión, mientras su boca recorre mi abdomen.
—Yo mucho más —le contesto en su idioma, inglés, y tomo su rostro entre mis temblorosas manos para atraerlo hacia mí y volverlo a besar.
Mis labios se adueñan de los suyos y él, como siempre generoso, contesta creciendo mucho más mi excitación; por su respiración agitada estoy segura que también lo está disfrutando tanto como yo. Tranquilo, sabiendo que tenemos todo el tiempo, se apodera con sus manos y boca de todo mi cuerpo. Yo, esclavizada a sus caricias; sólo mi cuerpo puede reaccionar por y para mí. Ya no tengo control, desde hace mucho tiempo él era amo y conquistador de todo mi cuerpo como de todo mi ser.
—Te amaré por siempre —levanta su rostro veinteañero para decír- melo también con sus celestiales ojos azules. Es el color azul más increíble que estoy segura podría existir; sólo el más puro y perfecto cielo lo puede ofrecer; así es de bella su mirada.
Acaricio su sedoso cabello castaño oscuro corto, que para entonces ya está en total rebelión, y le digo desde lo más profundo de mí ser:
—Lo sé.
Y de nuevo deseamos demostrarnos la intensidad de nuestro amor y cómo puede llegar a gobernar cualquier tiempo.
Me deslizo como una segunda piel, marcándolo con besos lentos y llenos de promesas, desde su cuello hasta el vello rizado.
Escondida entre la sábana blanca me coloco entre sus piernas abiertas y este queriendo también complacer su vista, jala de la tela dejándonos al descubierto, maravillosamente desnudos, expuestos.
Me gusta tener el control de todo, pero sobre todo de su cuerpo, de su placer y de su anhelo. No obstante, lo que lo hace único a mi alma es lo que me entrega, y también he de tener mando por mi bien: su amor y mirada de azul pureza.
Le sonrió a mi amado que deleitado en mi placer me ve como nadie lo ha hecho: lleno de deseo y amor sincero.
Con una señal con los ojos les pido a los recién llegados que por hoy no intervengan más.
Los dos jóvenes de atractivo y sensual cuerpo alto me ofrecen una ligera inclinación de cabeza y dan unos pasos para atrás. Dejo que se queden a ver, me encanta que lo hagan.
Me agacho y beso con entrega total y de alma al joven que quiero.
—Te necesito. —me confiesa lo que sé.
Sonrío sumergida en las aguas peligrosas en las que te cubre el poder, la victoria y la perversión.
Y levantándome sobre mis rodillas alcanzo mi más grande victoria: él.***
Aun no saciada de mi guapísimo inglés, pero ya cansada físicamente, decido ir a la cocina por agua. No le pregunto si quiere, lo conozco mejor que a mí misma. Sé lo que desea sin tener que decírmelo. Es por eso que traeré dos vasos llenos de agua fresca. Que después de esta noche por supuesto que sí la necesitamos.
Tomo la sábana blanca que está en el suelo para cubrir mi desnudez. Antes de dejarlo sólo, por un momento volteo para verlo; él es un hombre de apenas dos décadas superadas, con la luz tenue de la luna entrando perezosa por la ventana, contemplo su piel, su rostro, sus ojos, iluminados y brillantes. Hermoso.
Su perfección física es para ser idolatrada, pero imposible de plasmar en el don de algún arte. Lo sublime jamás podrá con tanta verdad, ser presumido en una pintura, escultura... Y mucho menos en la burlona memoria; por eso trato de grabar en mi mente y corazón la belleza masculina de mi amante que con sólo tener su imagen en mí, supera a cualquier hombre que hubiera visto y pudiese existir.
Al salir cierro la puerta.
Afuera en el pasillo hay varias parejas, en su mayoría despojados de toda prenda, recargadas en las paredes. Conversan, ríen o se besan con todo tipo de entrega: unos con lenta provocación, otros castigadores al ofrecer sólo sus términos; y el resto siendo los exigentes, queriendo más. Sus caricias leen delicadamente el contenido y otros van directamente al epílogo. Algunos me contemplan pasar, pero me prestan poca atención al estar cegados por los placeres del momento. Y yo sin ninguna vergüenza los veo y me dejo ver, no me importa su desnudez, ni que la mía sea apenas cubierta con la fina sabana.
No recuerdo dónde está la cocina. Estoy totalmente desorientada. Sola. Asustada de perderme, trato de regresar a nuestra habitación, pero me es imposible. Angustiada le grito para que me diga dónde está. Pero parece no escucharme, pues no recibo respuesta. Empeora seguir gritando como histérica y corriendo por toda la casa que cada vez se hace más oscura, ya que gracias a mi angustia el miedo se hace más intenso, asfixiándome. Prácticamente no puedo visualizar nada; la oscuridad, ya para entonces, hasta ha invadido también mi alma. Abro una y otra vez todas las puertas que puedo encontrar. Al llamarlo y no tener respuesta, salgo de cada habitación sin dejar también de buscar el interruptor para prender la luz y poder eliminar este terror que me obliga a respirar con dificultad. Pero ni eso está. Por muchas habitaciones vacías y heladas busco y las lágrimas nerviosas resbalan sin cesar enfriando aún más mi rostro. Ya con el alma destruida abro una puerta más y al tratar de localizar en la pared el interruptor por fin lo siento entre mis dedos. Al tocarlo se ilumina esa pequeña estancia.
Dos jóvenes con sus prendas desabrochadas están en total excitación. Se encuentran tan sumergidos en su placer que ni se percataron que el lugar ya está iluminado.
La joven de belleza sofisticada está sentada en la mesa negra de granito de la cocina. Sus piernas desnudas en torno a su pareja, mientras su cuerpo está inclinado hacia atrás sobre sus manos. Sus pechos descubiertos son salvajemente tomados por el joven, que apenas con su bragueta baja ya la está poseyendo.
De inmediato comprendo quiénes son y quedo petrificada. Leonardo y Marian.
¡Mi novio y mi mejor amiga!
No sé qué sonido habré hecho que Marian voltea y estupefactainstintivamente empuja a Leonardo.
—¡Eah! ¿Qué pasa? —exclama molesto y frustrado por atreverse suamante a quitarle tan abruptamente la satisfacción.
Parece que a ella la impresión le ha llegado al instante y ni se ocupaen acomodarse los botones del pecho o bajarse su diminuto vestido de seda morado. Divino. Irónicamente yo se lo había elegido.
—Rebeca —la muy zorra anuncia mi intromisión con una sonrisa torcida. Ahora le veo más complacencia en su mirada clara que antes.
Algo invisible me jala de repente exigiendo de toda mi atención. Aún con mi rabia a flor de piel puede llevarme lo desconocido a otro lugar...
Despierto.
Escucho que alguien toca mi puerta con suavidad, con cierta timidez. Me volteo para tomar mi celular del buró de vidrio y observo queson las 10:01.
No tengo idea de quién se atreve a levantarme tan temprano pero de verdad que este insulto debo agradecerlo. Sólo por esta vez.
—Pasa —estoy adormilada.
Agarro el iPad y le doy a la app del sistema inteligente del piso, toco el icono “window” para que mis ventanas polarizadas, que crean una oscuridad muy acogedora, permitan pasar la brillante calidez del sol.
Entrecierro mis ojos para que no sufran por la intensa luz de la mañana que poco a poco va invadiendo mi habitación.
Las dos ventanas y el ventanal que da acceso a mi terraza quedan liberadas, trasparentes. Con la tecnología que tienen instaladas las ventanas puedo decidir qué tanta luz deseo que ingrese en la estancia en la que esté. Todo el piso se maneja por sistema inteligente y así, mediante Ipad instalados en todas las habitaciones o por medio de nuestros celulares, podemos controlar todo lo que nos rodea, muy al estilo Bernat Fabré.
—Llegas como caída del cielo, Nuria —la saludo ronca—. Aunque no siempre lo crea así a esta hora. ¿Qué quieres?
—¡Wow! —exclama impresionada, no tengo idea qué es lo que le provoca—. Es de ensueño. ¡Son reales!
Checo mi celular de nuevo, pero ahora como es mi costumbre cuando me levanto, y para amargarme la mañana, veo que mi bandeja de mensajes está a reventar por el imbécil de Leonardo. Por lo menos Marian ya me dejó en paz. Con ella, el único mensaje que tuve me lo envió hace seis noches, cuando pasó todo, para aclararme las “cosas”:
*Ahora sabes lo que sentí yo, puta*
Pensé que al ser mi amiga y decirme que me había creído, había dejado pasar la desagradable situación, luego de explicarle el motivo por el que su ex novio y yo estábamos en una circunstancia bastante adversa y nada halagadora para ella cuando nos descubrió. No había sido mi culpa. Nunca provocaría algo así y menos a alguien a quien consideraba mi mejor amiga. Pero unos días después confirmo que no sólo no me creyó, sino que desea lastimarme de verdad.
No le daré gusto.
Lanzo sin ganas mi móvil a la cama y me dejo caer sobre las almohadas. El dolor de cabeza volvía, como en los últimos días... ¡Joder!
—Perdón, no estaba segura que seguiría dormida.
Es nueva, habla perfectamente el español, pero... ese acento.
Al no reconocer la voz, me recargo sobre mis codos para apenaspercatarme de la novedosa presencia.
—Le traigo el desayuno.
—Aicí està bé —desconcertada, señalo mi buró con un ligeromovimiento de cara. —¿Perdón?
Fastidiada por todo y por todos callo unos segundos, respiro una y otra vez para después cuestionar con impaciencia:
—¿Estarás trabajando aquí y no sabes catalán?
—Yo no...
Dejo de escucharla, hacerlo logra que la cabeza y los ojos me palpitenmás.
Esto sin duda será de desagrado para Aarón que es tan regionalista. Yo ya estoy acostumbrada a toda esta mezcolanza; si a Bernat se leocurre poner algún negocio y encuentra personal leal y eficiente, ha de hacer que lo sigan hasta el infierno si es necesario, y ellos felices, al darles todo tipo de ventajas por trabajar para él.
—”Ahí está bien” —le repito en español para que entienda y con más irritación vuelvo a señalar, ahora con la mirada, mi buró—. ¿Quién eres? —¡Pero qué pérdida de tiempo! —Sabes, no importa, porque no trabajarás aquí. Vete.
—Perdón...
—¿Pero qué pasa con Nuria? ¿Debo hacer hasta su trabajo para que las cosas funcionen? —Su cara es la apoteosis de la ignorancia. ¿Qué que- ría? Aquí no es la escuela ni el convento de las carmelitas descalzas—. Era simple: te llamo, tú apareces y si quieres limpiar en donde me encuentro esperas hasta que salga: jamás se me interrumpe. —Descuelgo el teléfono y marco “1212” y al contestarme le digo a la ayudante justo antes de col- gar: —Quiero de inmediato a Nuria.
—Oh, no señorita... —ríe con vergüenza—. Mis ojos ya se adaptaron al hermoso día soleado que nos regala mi increíble Barcelona, y contemplo que la intrusa es una joven que aparenta por lo menos mi edad y tiene un bello rostro delicado. Es perfecto. Sólo que está por encima del peso que las normas tan quisquillosas de la moda tienen. Qué lástima porque de verdad que es una belleza. Esos ojos oscuros de larguísimas pestañas naturales, esa nariz pequeña y respingada. Qué pómulos... ¡Puf!—. Soy la hija de Ernesto, el de seguridad y chofer de ustedes.
—De mi abuelo —corrijo indiferente—. Óscar es mi chofer y estoy segura que Ernesto lo agradece así.
—Mi papá está muy feliz trabajando aquí —en su inocencia parece que dice la verdad. Pobre, al parecer su padre no le ha contado cómo acos- tumbro ser con él.
Levanto una ceja con ironía. No suelo ser grosera con el personal, pero si necesito servicios de alguien a veces puedo llegar al límite con tal que las cosas salgan como quiero.
—Qué bueno —está la hija del chofer agotando mi paciencia. Me gusta, en mi santuario que es mi habitación y el salón de música, estar sola—. Muchas gracias... —muevo mis dedos con intolerancia. —¿Cómo te llamas?
—Paulina, señorita.
—Lindo nombre —es de mente ágil esta tal Paulina, me agrada eso—. ¿Trabajarás aquí? —me acomodo las almohadas para sentarme y poder desayunar cómoda. Muy magnánima justificaré el motivo por el que ella siga invadiéndome: se acerca eficaz y me acomoda con una sonrisa la mesa de servicio.
—No, lo que pasa es que también voy a entrar a la universidad con usted.
—Eres mexicana —es claro por su acento.
Yo, de nacimiento soy barcelonina, y de corazón mexicana, al vivir toda mi vida allá. Amo ambos lugares por lo bueno que ofrecieron a mi vida. Venía seguido de niña a España, pasando más tiempo en Barcelona, por mis progenitores y mi abuelo, pero sólo por vacaciones. Por mi infancia y por Aarón el catalán es el primer idioma que dominé antes que el español. Es por eso que el acento de este país no lo tengo, al cambiarlo desde muy pequeña por el de la capital de México, aunque la verdad yo lo modero todavía más tratando de neutralizar mi dicción.
Apenas llevo un año viviendo en Barcelona gracias a que los “mayo- res” (mi abuelo y progenitores) deseaban que terminara mis estudios aquí y por supuesto tenerme el viejo más cerca para vigilarme pues espera lo peor de mí al tener la “libertad” de un mayor de edad.
—Cuando se vinieron a vivir a España mi padre también tuvo que hacerlo. No quería dejar el trabajo. Y yo me quedé sola el último año para terminar la preparatoria.
Mientras Paulina me responde reflexiono en que no tenía idea de que el chofer tuviera familia. Supongo que es lo más normal pero nunca me había puesto a pensar en eso.
—El señor Fabré nos hizo la generosidad de traerme y encargarse de mis estudios. Es por eso que le he traído el desayuno como muestra de mi agradecimiento por permitirme entrar a su hogar.
El trozo de manzana en mi boca por la mención de esa palabra tabú casi me ahoga. ¡Hogar! ¿Hogar?
—¿¡Está bien!? —preocupada me entrega el jugo de toronja que odio pero que bebo por mi dieta.
Le doy un gran trago con asco y paro de toser.
—Gracias —escucho mi garganta rasposa y dejo el vaso en la bandeja—. No tuviste que molestarte en traerme el desayuno. Eres invitada de mi abuelo, por tanto también mía —le regreso amablemente la sonrisa.
Es un tanto encantadora la muchacha.
—Muchas gracias, señorita —es evidente que moría de nervios por saber si tenía mi aprobación. Respira ya relajada y por el cambio en sus hombros me doy cuenta que estaba tensa detrás de esa sonrisa alegre—. El señor Fabré se ha portado muy generoso con nosotros. No acepta que trabaje también para ustedes. Me dio la habitación del fondo. Es muy hermosa —ríe—, aunque no se compara a su habitación. Está increíble. Yo nunca saldría de aquí.
Tengo que hacer memoria para recordar que había otra recamara que nunca se había usado y estaba vacía, supongo que Bernat ordenó que estuviera preparada para recibir a Paulina.
Inagotables sus actos de caridad, pienso con hastío.
Tocan mi puerta que está abierta, pero por la enorme pecera en escuadra no alcanzo a ver de quién se trata. La pecera en “L” es del tamaño de la mitad de mi pared derecha, justo donde comienza mi recamara, su otro lado termina separando un poco mi cama del resto de la habitación, dando una sensación de naturaleza íntima. Este toque de la vida en agua dulce me fascina al dar doble vista, tanto aquí como en el pasillo del piso.
La hija del chofer se levanta y saluda con efusividad:
—Nuria, muy buenos días —algo le contesta la mujer que la joven termina diciendo con total impertinencia y en ella fuera de lugar: —Claro, pasa.
—¿En qué le puedo servir, señorita? —Nuria tensa entra.
—En nada.
Sigo en lo importante: me sorprende que el viejo meta a alguien alpiso y además sin avisarme, pero por el momento la hija del chofer es agra- dable como para reclamar en este instante el límite territorial impuesto.
El piso en el que vivimos Bernat, Isabel (cuando se le pega la gana compartir conmigo el mismo aire) y yo, había sido decorado y diseñado por uno de los mejores talentos del país. Siendo para el hombre, según él dice, su más inigualable creación. Es un derroche en lujo, modernidad y tecnología, el departamento de dos pisos con roof garden y pequeña piscina. Yo que estoy acostumbrada a lo mejor que ofrece la vida, sigo aun maravillada. Isabel salió una temporada con uno de los arquitectos con más prestigio, ganador de los premios más codiciados, uno de ellos el Pritzker, por lo que hizo que le diseñara el lugar donde ahora vivimos y feliz, gastó desquiciada. La fachada del edificio, Reial Elit, (escrito en catalán, Real Elite en español), es igualmente moderna, pero al ser diseñada por un fiel seguidor de Gaudí conserva de una manera única la mezcla vanguardista y la esencia de su mentor. La relación de Isabel con este arquitecto, sin duda uno de los más famosos decoradores, además de ser muy atractivo y un verdadero genio, de gusto exquisito, logró que con su dinero se tuvieran elementos de sobra para hacer uno de los lugares más extraordinarios para vivir.
Este año quise que en mi habitación predominara el verde y rosa, ambos en varios tonos, y los muebles blancos o de vidrio. Me encantó cuando lo vi terminado. Es una muy buena razón por la que prefiero quedarme aquí algunos días.
—Espero que te sientas cómoda —sigo comiendo la fruta de la estación con queso cottage, miel de abeja y granola—. Y por favor llámame Rebeca, sin formalidades —ofrezco generosamente—. Eres invitada.
—Eres muy amable, Rebeca —asiente agradecida—. Por cierto... Sale corriendo de mi habitación.
Al alejarse Paulina me permite que le haga un escaneo muy detalla-do: pantalón de mezclilla entubado, una camisa amarilla con estampado negro del rostro de un tigre, es tan floja y ligera que muestra un poco sus hombros, y unos tenis de cuadros amarillos y negros, que ni Dios por bondad aceptaría ese diseño. Creo que alcanzo a captar con mi memoria fotográfica las letras “Vans”.
Frunzo el ceño, no sé si más por sentirme molesta o indignada. No recuerdo hace cuanto no uso zapatos deportivos para vestir, sólo me los pongo cuando voy al gym o para una verdadera actividad extrema que lo requiera, ¡y hasta para eso se debe tener estilo!
Aparece de inmediato con una caja envuelta en papel palo de rosa y un enorme moño plata translucido de tela.
—Es un regalo del señor Fabré por tu graduación —me lo ofrece.
De inmediato olvido la ropa de vituperio de la hija del chofer y feliz acepto que me retire la bandeja para dejarla en el piso. Se sienta en mi cama, a la altura de mis pies. Sin esperar más despedazo la envoltura. Aun teniendo todo lo que deseo siempre me emocionan los obsequios.
En la caja está ilustrada una laptop dorada MacBook Pro, Apple. Mi favorita.
—El señor Fabré, al no saber mucho de esto, me pidió ayuda por tener casi la misma edad y, para mí, por todo lo que ofrece y por el diseño esta es la mejor que hay en el mercado. Además, este modelo recién sale al mercado. Tú tienes de las primeras —presume fascinada—. Yo siempre he querido una, pero son muy costosas.
Es curiosa para mí la simpleza de la hija de Ernesto.
—¿Qué estudiarás? —dejo la caja a un lado. Luego estrenaré mi laptop. —Aún no estoy segura. Muchas carreras me interesan —confiesaapenada—. Qué bien ha de sentirse saber lo que quieres, ¿no? Me dijo el señor Fabré que estudiarás comercio internacional y finanzas como él.
Afirmo.
—Y luego especialidades y maestría en Harvard. ¡De ensueño! Para ti, pienso. Esta joven está más entusiasmada que yo por dejarde vivir para estudiar en un lugar que no quiero, pero reconozco que es lo mejor. El viejo quiere que esté totalmente cualificada para cuando me una a las empresas familiares. Por lo menos había logrado que no me mandara con los gringos toda la universidad por mis pésimas calificaciones. Nada personal, de verdad los amo, lo demuestro siendo ese el país que más visito al año para satisfacer mi fiebre shoppiniana. Ese es mi sueño americano. ¡No a la esclavitud! ¡Arriba Lincoln!
—Como todavía no tienes ni idea de qué estudiar, servirá para decidirte... —levanto la mano para señalar mi escritorio de vidrio, que se encuentra ubicado en medio de la estancia que está sobre un elevado nivel al que se llega sólo subiendo sus cinco escalones trasparentes—. Investiga a fondo qué te ofrecen las carreras. Toma mi laptop... —a un lado de esta se encuentra mi computadora de escritorio de 27 pulgadas, de la misma marca que me percato en ese instante (por su salvapantallas encendido de instrumentos musicales), olvidé apagar.
—Gracias, pero traigo la mía...
—Te la estoy regalando —es también una de la compañía Apple. Llevaba ocho meses con ella—. Ya tengo respaldo de todos mis documentos, sólo pídele a Xavier o Felip, son los ingenieros encargados del sistema de seguridad y del piso, que te lo liberen y te lo sincronicen junto a tu móvil para manejar bocinas, baños, elevador,...
Mi celular empieza a vibrar con mucha insistencia. Sólo espero que no sea el estúpido de Leonardo; porque aunque lo bloqueé ha podido llamarme por otros números.
Al ver de quién se trataba me pongo contenta y desaparece todo rastro del dolor de cabeza. Es Aarón.
—¡Papà, molt bons dies! —saludo con fervor.
—¿Com aquestes? ¿Vas dormir bé? —Aarón es de Barcelona y muy defensor de sus raíces, “nuestras” como toda la vida ha de recordarme el señor Mares.
Sólo dos idiomas sé y aunque éste me encanta no ha de servirme mucho una vez saliendo de la ciudad. Siempre he sido pésima para los idiomas. Me aburre mucho aprenderlos y no puedo ser muy constante en mis clases. Entonces por el bien de todos ya dejé ese crecimiento intelectual por la paz.
Aarón nunca ha vivido en México y mucho menos tantos años como yo. Después del divorcio de mis progenitores cada quien hizo su vida, siendo más cómodo para ellos dejarme con Bernat. Mi abuelo, se desempeñó como embajador en varios países y uno de ellos fue México por unos años, por su mucho amor a esas tierras, me llevó con él mientras se dedicaba completamente a la política extranjera. Bernat Fabré es madrileño y uno de los hombres más influyentes del mundo gracias al don, como lo llama la reina de España y sus allegados, que tiene para negociar entre los países favoreciendo con creces a nuestra patria y sus aliados. Sé muy poco de política, pero sobra quien hable siempre de los mil triunfos del viejo. Hay muchísimas personas que lo admiran y desean su apoyo, porque para ellos es acercarse a un buen puesto en el gobierno o tener un inigualable contacto. Tanto para la política como para los negocios el señor Fabré ha de tenerlo todo. Ahora toda su energía y visión se encuentra en la compra de acciones y en la cadena hotelera “Somnis”, que está construyendo junto a sus socios, el viejo por supuesto como empresario mayoritario. Tenemos hoteles en Monte Carlo, Sidney, Hong Kong y por supuesto aquí en Barcelona. Próximamente en unos años Las Vegas, Madrid, Shanghái y Dubái. Su idea es que en veinte años toda ciudad del primer mundo tenga la huella Fabré. Y es por eso que todos quieren ser sus “íntimos” amigos. Resulta frecuente ver cómo, patéticamente ansiosas, las personas quieren tener la atención de uno de los hombres más poderosos de Europa. Es por eso que toda su vida sólo se ha dedicado a la política y estando él situado en un lugar de privilegio, desea que yo siga sus pasos. Y encantada por él lo haré.
Como siempre, vino a mi mente ese delicioso sueño que tuve antes de recordar la traición de Leonardo y Marian. Sólo pensar en mi inglés de verdad hace que me suden las manos y se me acelere ridículamente el corazón.
Desde que tengo quince años, con frecuencia he de soñar con aquel joven que no tengo ni idea quién es, y estoy segura que nunca había visto, un cuerpo y rostro así no lo olvidaría jamás. Entre más él aparece en mis noches siento más reales mis deliciosos sueños eróticos. Podría decir que estoy enamorada de él, de esa fantasía. Me ilusiona tenerlo en mi imaginación y más porque con mi inglés he vivido más experiencias íntimas que las que he tenido en mi vida real. Pero sobre todo con ese joven no es sólo físico y lujuria, es lindo en un sueño por lo menos sen- tirse amada y amar.
Lo curioso no es que un desconocido invada de lo más delicioso mis fantasías, sino que si he de tener un sueño lleno de intensa pasión y sublime ternura ha de ser sólo con mi inglés y nuestros juegos. Son algunos los jóvenes que me atraen, pero sólo de esa manera tan íntima ha de estar mi insaciable extranjero conmigo, que hemos de compartirnos sin censura y por él hasta he de hablar inglés. No lo hablo muy bien, pero en esos sueños al parecer soy una perfecta bilingüe con doctorado. Suelto una risa, quién sabe qué tanto le diré y él a mí, pero según yo nos comunicamos en inglés como nadie.
—De... maravilla.
—Me alegra saber eso. Seguís en cama, ¿verdad? —continua ha- blándome en catalán, siempre entre nosotros dos, estemos o no en otro continente, nos comunicamos de esta manera. Me gusta que tengamos esto, me hace sentir que tenemos algo especial, que es sólo nuestro.
—Sabes que me levanto tarde.
—Por eso no me sorprende que no sepáis de tu regalo que te está esperando afuera.
—¿¡En serio!? —salto de la cama— ¿Qué es?
—Averígualo —escucho que sonríe—. Nos vemos mañana en tu graduación.
—No faltes.
—Jamás me lo perdería —y cuelga.
Voy hacia una pequeña estancia contigua, junto a mi sala, está ahí mienorme armario que es tan grande y de doble altura como mi habitación. Tiene la hoja de madera clara que conduce al baño y tomo de allí los prime- ros lentes de sol que encuentro en uno de mis cajones que están destinados para cuidar mi tan amada colección. Me pongo unas de las sandalias de exclusivo diseñador italiano que compré en mi último viaje a Roma, que van a juego con la prenda de dormir que traigo puesta y salgo corriendo pasando por el resto de las habitaciones y bajo las escaleras de vidrio y de pasamanos del mismo material, para llegar al elevador que está enfrente. Siento que tarda años en abrirse la puerta.
Al abrirse entro y aprieto el botón PB.
Me veo en el espejo del elevador. Es imposible no criticarme hasta la exageración si todo lo que cubre las paredes son espejos. Estoy pálida pero gracias al increíble corte de pelo, que siempre me hace el mejor estilista que puede existir para mí, Memo Cárdenas, parece que mi largo cabello oscuro está peinado con sus ondulaciones y capas de manera casual y femenina, y ayuda bastante a no verme tan fatal. ¡Amo como se ve!
Apenas salgo del elevador me pongo mis lentes Gucci. Un hombre de seguridad del edificio, al verme pasar, me saluda amablemente desde detrás de su mostrador negro de mármol. Ernesto, al darse cuenta de mi presencia, deja su periódico y se pone de pie.
Se me hace raro que esté aquí, él como el personal de los propietarios de Reial Elit tiene su propio salón en el sótano 1. Cuando conocí el salón, por accidente, se me hizo fantástico. Tiene área de juegos que incluye: billar, ping pong, línea de boliche. También gimnasio y vapor. Su cocina súper equipada con acabados finos y varias habitaciones para descanso. Ahora que me permito pensar en él no debería sorprenderme que Ernesto no esté aprovechando que el viejo no lo necesite, pues es sumamente serio, anti social y exagerado en cuidarnos hasta el punto de olvidarse de su existencia y de tener vida propia. Yo creo que por su obsesión de tener todo tan bien controlado el viejo lo contrató y lleva tantos años con él. Tengo catorce años con Bernat y ese hombre ya llevaba años antes en su servicio. Yo siempre doy por sentado que estamos seguros, por eso para mí tan excesiva seguridad es innecesaria, puede ser que gracias a la eficacia de Ernesto.
Mi chofer y a veces guardaespaldas, de toda la vida, es un señor bien conservado de cuarenta y muchos años. No es de facciones nada desagradables, es un hombre de piel blanca y cabello moreno, pero no encuentro de dónde una joven tan exquisita como Paulina pudiera salir de él. La madre debió ser una autentica belleza. Eso sí un día supe del hombre por el viejo: era viudo desde hace muchos años, e incluso de hecho creo que le di el pésame esa vez.
El vestíbulo es un tanto amplio, con las paredes trasparentes que dan a la calle, es moderno y frío, todo mármol negro, muebles de piel y pinturas enormes bastantes abstractas y plantas de todos tamaños: colgando, saliendo de las paredes y más. De mi lado izquierdo, pegado a la pared, hay una hermosa cortina de agua que cae desde el techo. Apenas se alcanza escuchar su arrullo. Lo vanguardista del lugar no es muy diferente a mi piso. Nosotros tenemos un muro llorón cuya cascada cae de todo el borde del piso de arriba, terminando donde está el primer peldaño de las escaleras. La cortina de agua separa de una manera muy encantadora el vestíbulo de la entrada amplia que dirige al estudio del viejo, la sala y comedor principal. Me fascina cuando está prendido, aunque muy rara vez se usa. Isabel siempre que está aquí es quien lo activa y al parecer ya se hizo una norma tácita que sólo cuando ella está lo podamos disfrutar. No hay tal norma, pero me acostumbré a ver el agua descender de manera armoniosa como anuncio de que Isabel está aquí. Por lo tanto, sólo un par de veces en lo que va del año lo he disfrutado y sólo por un par de horas.
—Buenos días, señorita, ¿a dónde gusta que la lleve Óscar? —saluda Ernesto.
—A ningún lado —no le presto atención—. ¿Dónde está mi regalo?
Al no tener contestación inmediata me quito las gafas y me giro en su dirección.
—¿Sabes o le tengo que preguntar a Óscar?
—Está en la calle lateral, señorita, para su mayor seguridad —me mira incómodo.
Ah, es verdad, estoy en camisón. Se me ve bien. El rosa magenta siento que favorece mis ojos, que dándome la luz directa es como ver suave chocolate derretido.
Salgo por la puerta principal del edificio al abrirse sus puertas de vidrio por su sensor.
—Señorita... —escucho a lo lejos al chofer.
Apenas doy la vuelta al edificio y decenas de flash intentan cegarme. Desde hace mucho no me sorprende que interfiera en mi vida la gente que parece no tener una propia y que quiere vivir la de los demás. Como siempre los paso de largo mientras me pongo mis lentes.
Las fotos no paran, ni les pongo atención y menos al hacerse a un lado y permitirme visualizar mi regalo.
¡Madre mía!
Es un Audi TTS Roadster.
Reluciente en rojo, gigantesco moño de regalo en blanco lo cubreen la parte superior.
Siento como el corazón se me para de la felicidad.
¡Se acordó!
Hace apenas unos meses, en su última visita, durante la comida,Aarón y yo estuvimos platicando de su adquisición más reciente: un Porsche Gt4 negro. Como soy una amante del arte en metal y mi proge- nitor un gran apasionado coleccionista, estuvimos mucho rato hablando de las bellezas más impresionantes hechas por el hombre. Le comenté que su automóvil era una joya, pero que si me dieran a elegir para mí un deportivo por excelencia juvenil y encantador era precisamente esta maravilla que tengo enfrente.
—¡Subete antes de que me lo lleve! —un paparazzi bromista grita sin parar de tomarme más fotografías.
Son como unos dieciséis jóvenes con sus cámaras profesionales queriendo conseguir la mejor toma, que por su insistencia frenética parece como si fuera yo la imagen que el mundo espera. ¡Pura mierda!
—¡Qué guapa, Rebeca! —dice otro.
—¿Cuándo no? —cuestiona uno más.
Definitivamente mi apariencia para algunos será escandalosa, peropara mí en absoluto es indecente: no enseño nada de más como para ofender las normas morales, o peor aún, las del viejo Fabré.
Mi prenda de seda con encajes en tonos rosados llega por encima de mis rodillas y mis hombros van adornados por sus tirantes delgados. Pero por el simple hecho de que sea un camisón... Mañana a más tardar sé que mi nombre será escrito, mencionado y criticado hasta el cansancio, junto a una pésima descripción de mi vida.
Aun así, como siempre, los ignoro. Que estén pegados como si yo fuera miel y ellos abejas, me es cada vez más indiferente, sé escaparme de ellos como es costumbre: con mi arrogancia nata.
—El control está en la guantera. —trata el chofer de hablarme por encima del alboroto.
Ernesto está atrás de mío mientras trata de quitar a los fotógrafos de mi vista. Sospecho que él odia este tipo de circos todavía más que yo.
Retiro el inmenso moño blanco del techo y se lo paso a Ernesto y empiezo a darle la vuelta a mi espléndido obsequio cuando alcanzo a escuchar estrepitosas preguntas aún más rápidas que esos flashes:
—¿No teme la familia y tú esta vez sí matarse por no saber controlar la velocidad?
—Dicen que la cuarta es la vencida, ¿a eso no le temes?
Me detuve en seco al oír que hacen mención, sin nada de tacto, en algo tan delicado como lo que sufrió Miriam, mi abuela; años después, la pareja famosa, y hace poco, yo; tomando hasta el momento, en este grupo, a su primera víctima hace años. Miriam recibió la mortal embestida de un tráiler que perdió el control e impactó el lugar del pasajero el que ella ocupaba. Murió en el acto.
La modelo sólo tenía doce años cuando perdió a su madre. Pasamos por una situación similar Aarón e Isabel, cuando eran muy jóvenes y yo misma, años después, pero por suerte sin el mismo final. No obstante, el accidente de mis progenitores les cambió la vida al haber sido tan im- pactante, traumático y dejado tantas secuelas. Llamarlo de esa manera es suavizarlo demasiado, las fotos son impresionantes. He tenido pesadillas terribles por culpa de esas imágenes. A todos nos resulta increíble que ellos hayan sobrevivido y además de tan buena manera. Habían tomado la carretera A4 para regresar a Milán desde Venecia, después de una visita de fin de semana. Poco tiempo después de conocerse acordaron vivir en unión libre. El matrimonio llegó año y medio después del accidente, de esa forma mi arribo a este mundo fue legal y socialmente correcto... Para lo que me sirvió.
Isabel y Aarón habían por fin aceptado, desde tiempo atrás y después de dar muchas negativas a varios medios, conceder en exclusiva una entre- vista y sesión de fotos en su departamento, para una de las revistas más prestigiosas en temas socialité. Por supuesto, esta empresa supo llegarles al precio a los jóvenes ambiciosos. De igual forma, medios de comunicación y el mundo entero querían saber de la vida de la pareja más popular y polémica del momento (celos, peleas, que incluían todo tipo de excesos, terminar y tener otras parejas para luego regresar: todo un tórrido romance).
Ambos pilotos viajaban a más de doscientos cuarenta kilómetros por hora. Los pedazos de los automóviles estuvieron esparcidos en un diámetro de trescientos metros por el camino (perdiendo la vida en el acto el conductor del otro vehículo). Aarón terminó fuera de la carretera saltando la barrera de metal por las varias vueltas de campana que hizo el Ferrari y al final terminar al revés. Quedó como cubo de fierros. Los doctores del mejor tenista del mundo estaban con el dilema de si ampu- tarle la pierna izquierda al hombre que prefería morir antes que permitir aquello. Se aferró tanto a su extremidad como a la vida siempre llena de éxito y reconocimientos, que pudo lograrlo. Y también los médicos y el mundo se preguntaban si sobreviviría la modelo o la criatura. Sin duda creyeron que todos morirían. Isabel conoció esa oscuridad por ocho minu- tos. Después volvería de la muerte con un coma de varias semanas. Muy joven, de veintidós años, estaba embarazada de Gabriel y eso provocó una prematura cesárea, naciendo mi hermano apenas a la semana veinticinco, sin unos padres que estuvieran conscientes de su llegada y no lo cargaran por varias semanas. Los golpes terribles que recibió su cuerpo, pero sobre todo su cabeza, no lograron que perdiera el embarazo, pero sí la memoria; por algunos meses, toda su vida fue olvidada, como si nunca hubiera estado ahí, ni existido para ella. Los demás tuvieron que asegurarle y probarle que era la amada hija y esposa, amiga y modelo internacional Isabel Fabré. Venció toda lógica médica cuatro meses después, con un esposo e hijo que habían ganado por el momento la guerra como ella. Isabel no tuvo daños graves como su esposo, sin embargo sí unas cuantas cicatrices en el pecho (por el cinturón de seguridad que le quemó la piel), pero nada que trata- mientos con láser no pudieran desaparecer.
Aarón pasó meses, no nada más por doctores, también entre abogados, pero al comprobarse que el culpable del fatídico accidente había sido el otro conductor bajo la influencia de las drogas, el tenista tuvo solamente que pagar las multas correspondientes por el exceso de velocidad.
Allí terminaron mis recuerdos.
El detenerme por un instante fue un garrafal error, porque les di la oportunidad para seguir con más preguntas que gritaban todos casi al mismo tiempo:
—¿Qué te regaló nuestra hermosa Helena?
—¿No crees que el Audi sea mucho regalo para tan pésimas notas? —¿Tuvo que ver de quién eres nieta para entrar milagrosamente ala universidad?
—¿Es verdad que ya no eres pareja de Leonardo Rivas porque teengañó con tu mejor amiga?
—¿Por qué acostarte con la pareja de tu amiga?
—¿No fue suficiente hasta donde llegó tu amorío con Santiago Vilacomo para meterte con parejas ajenas?
—¿Es cierto que toda esta semana el engaño pudo contigo? —¿Qué opinas de las fotos donde Leo y Marian aparecen juntos? —¿Es cierto que Isabel tiene nueva pareja?
—¿Quién es la joven que aparece en Alemania cenando en un restaurant con Aarón?—Se rumora que en la próxima película de Gabanelli, Isabel será la protagonista. Siendo por fin el primer director que la convenciera trabajar en la pantalla grande. ¿Crees que la modelo esté a la altura de trabajar con un director como Gabanelli?
—¿Crees que uno de los empresarios más ricos de Europa por fin lleve de nuevo al altar a Isabel?
—¿O es uno más que haga mucho más grande la lista de las víctimas que han caído en los encantos de una de las mujeres más bellas de mundo?
¡Vaya! Cómo en tan sólo segundos puedo escuchar tanta mierda, pero sobre todo cómo logran mencionar tanta estupidez y sentirse orgullosos por supuestamente estar tan informados y hacer su “trabajo”.
La mención de la vida de Isabel como siempre me enferma y apenas entro al Audi aprieto el botón de encendido y acelero dejando a todos atrás, llevándome casi uno que otro por el camino... Me hubiera encantado, ¡lástima!
Como siempre estos idiotas saben cómo ponerme de malas, no tanto por su presencia, sino por lo que escupen con tanto veneno.
Mi piso está sobre Paseo de García Fària y decido irme derecho hasta Carrer de la Marina y dar vuelta a la derecha para seguir ese camino durante casi tres kilómetros.
A menudo me han acusado de situaciones que pueden caer en ridículas, y la mayoría de lo que se habla de mí son mentiras, pero debo agradecer que por lo menos no llegamos a extremos como: drogas, alcohol, embarazos. Bueno, este último no debe tardar si supuestamente a la mitad de Barcelona he violado. Se dan todos cuenta que estoy lejos de ser perfecta, no soy una digna nieta de Bernat Fabré, pero tampoco, en absoluto, ha sido mi vida tan provocadora como fue y es la de Isabel. En esos temas estoy muy lejos de estar y tener comportamientos en serio escandalosos, y para pesar del espectáculo, no soy interesante. De hecho, ahora es de las pocas veces que les interesa saber de mí, casi tanto como del nuevo amorío y trabajo de Isabel, de qué opina Aarón y estupideces similares. Quieren llenarse de trabajo con historias mías, tan picantes como las que mi progenitora protagonizó a mi edad. Aun no quieren o no les conviene reconocer que somos muy diferentes y nunca podré saciar su morbo al estilo “isabelino”.
Así como estoy decido ir a casa de Nico, él es otra fuente muy buena para enterarme (cuando sí me apetece saber), de lo que pasa a mi alrededor. Me dirijo a Carrer Sardenya y ahí, a mi izquierda, está lo que espe- raba. Majestuoso. Es una calle que disfruto mucho porque está en la zona donde se encuentra una de las bellezas más sublimes creadas por el hom- bre: la Sagrada Familia. Esa majestuosidad tan grandiosa, que así como las pirámides de Egipto se cree que recibieron ayuda no de este mundo... dudo que haya sido creación puramente de mi tan admirado Gaudí. Sin duda su inspiración proviene de otro plano, pues yo estando ahí me siento
trasportada a un mejor lugar, que no puede ser de aquí.
Con suerte a esta hora encuentro estacionamiento en la CarrerSardenya afuera del edificio y aparco. Marco el número de Nico. Mientras atiende mi llamada disfruto de mi regalo. Aarón es el mejor. El interior de piel negro con sus costuras naranja le da el estilo comple- tamente deportivo que merece. Se ve genial la computadora detrás del volante que tiene más funciones de las que jamás sabré utilizar. ¡Me fascina!
A las quinientas me contesta.
—Pushit, tía, ¿pero qué son estas horas de llamar? —habla marcando mucho su acento español. Siempre me encanta su voz varonil.
Me río aun cuando mi presencia le causa malestar y más al decir nuestra palabra. Nico eternamente ha tenido la mentalidad de que somos mucho para rebajarnos a la vulgaridad y decir palabras corrientes, por eso ha de inventar su frase: pushit (puta mierda). Argumentando que somos demasiado increíbles para decirlas, pero apasionadamente humanos para quedarnos al margen y no expresarnos como se debe. Pues hay algunas veces que sólo una palabra puede describirlo todo. Por eso yo, en mi mente, disfruto con toda libertad el folclor de las expresiones regionales. Hablarlas es sumamente raro, trato de ser lo más elegante y moderada posible en mis conversaciones.
Nico es el mejor amigo que todas las mujeres hemos de implorar tener.
Por su forma de actuar es casi imposible notar que es gay con sólo verlo. Desde siempre es salido del closet, algo que yo no sabía cuando llegué a la escuela el último año. Moría por él. Situación que por supuesto por or- gullo no demostré. ¿Cómo no tirar la baba por Nicolau al ser tan majo? Lo supe tiempo después cuando pregunté a una conocida desde cuando él no tenía novia. Obvio fue una situación que dio bastante mofa y que hasta llegó a oídos del involucrado. Un día se presentó mientras estaba dirigiéndome al estacionamiento de la escuela, me felicitó por mi forma de vestir y me aseguró que estaba de acuerdo que fuera considerada una de las tres primeras jóvenes, menores de veinticinco años, mejor vestidas de Europa, y entrar en las prime- ras quince (en el mismo rango de edad) como una de las mejores vestidas del mundo. Yo por dos años más, sin proponérmelo, había salido en las revistas más exclusivas y estas declarando que sigo con mi impecable racha de ser una de las jóvenes que sabe combinar sin problema elegancia, moda y estilo.
Esta era de las pocas veces que tendrán mucho que destrozar de mi aspecto por estar en camisón y no importarme cómo me veo. Un par de veces impuse moda. Sería cómico que mi manera de estar ahora fuera criticada favorablemente y para mañana sea lo de hoy.
Nico es de los pocos hombres que conozco que viste como si fuera todos los días a modelar. Después de esa tarde, dándonos consejos de qué es lo que más nos favorece en prendas, somos muy grandes amigos. Es esta una de las razones por las que me encanta salir con él y a él conmigo, porque somos una pareja increíble. Hechos uno para el otro. Palabras de mi amigo. Y todos parecen creer lo mismo que él.
—Lo sé, soy muy desgraciada —me burlo—, pero te lo compenso con un buen desayuno, un rico día de sol y alberca, además de una ida al spa. Tienes mucho que contar, estoy segura —digo lo último en tono conspirador, totalmente al estilo de mi amigo.
—Debemos vernos soberbios que mañana es nuestro día —piensa en voz alta. Sabía que la mención del spa haría que me perdonara cualquier cosa—. La mañana no alcanzará para poneros a tono. ¡Rebeca, te desapareciste una semana!
—Ya volví —declaro con desinterés— y apúrate que tengo hambre.
A los pocos minutos sale de su edificio semidesnudo con una camisa verde oscuro colgando en uno de sus hombros y acomodándose su cinturón de piel café gastada con hebilla grande rectangular plata. Últimamente ya no era consciente del cuerpo tan trabajado de gym que tiene. ¡Vaya! ¡Qué guapérrimo es mi mejor amigo! Lo amo.
—¿¡Y esto!? —exclama embelesado al ver el Audi.
Nico es de un metro setenta y seis de estatura, cuerpo atlético, piel bronceada por las horas al mes que va a la cama de bronceado (algunas veces yo voy con él), cabello corto castaño peinado descuidadamente hacia atrás y ojos grises tan claros que de repente parecen verdes. De verdad que es atractivo el muy maldito y por supuesto que lo sabe: lo restriega en todo momento al mundo.
—Regalo de Aarón —acomodo mis lentes de sol sobre el puente de mi nariz.
Dramático hace puchero mientras se pone también sus lentes de aviador.
—¿Por qué Dios no me dio un padre así?
Nicolau Espasa es hijo menor de una familia de doctores. Su padre, el Doctor Espasa es muy guapo, pero lo culto y sofisticado que es resulta su mayor atractivo; famoso en Barcelona por ser de los mejores cirujanos plásticos que, por cierto, pronto deseo ponerme en sus benditas manos. Su esposa, la doctora Luisa Fernández, es una mujer pequeña de rasgos bellos rubios e indiferente a las infidelidades; muy reconocida por las investigaciones que está aportando en oncología. Marido y mujer igual de cínicos en sus aventuras, pero aun así siguen juntos y se llevan bien... yo creo que es por eso. El hermano mayor es la copia de su padre, tanto en lo mujeriego como en su carrera, heredando sus ojos grises, como los de mi amigo. Nico en esa familia es el decente, siendo monógamo y ridículamente entregado a su relación. Con esa apariencia y frivolidad, no parece en absoluto ser tan bueno cuando tiene pareja. El más pequeño Espasa desde hace unos meses vive en este edificio con su novio y sólo cuando su hombre trabaja es cuando se acuerda que tiene amiga. Al ser Nico como yo, estudiante y mantenido por sus padres, tenemos mucho tiempo en estas vacaciones escolares para seguir de ociosos.
—Sube, ridículo, que muero de hambre.
—Hambre de los cotilleos —se levanta sus lentes para guiñarme el ojo coqueto—, a mí no me engañas.
—Con mayor razón, súbete.
Lo cierto es que nunca los alborotos que hay en la clase alta de España han tenido mi interés, pero es más que conocido que hay algo que Nico disfruta aún más que enterarse de lo escandaloso: comunicarlo a los demás. Y como disfruto mucho de su compañía me gusta darle por su lado.
—Me provoca orgasmos el olor a piel de coche caro —exagerado inhala el ambiente mientras cierra la puerta—. ¿Qué dice mi Helena?
Muchos del medio del espectáculo, amantes del glamour como mi amigo, consideraban a Isabel la reencarnación de Helena de Troya; no solo porque ha protagonizado enfrentamientos entre hombres por ella, también porque en esta vida tiene de padre al gran Zeus, esto refiriéndose así al viejo. ¡Por favor! Y como cereza del pastel está la aseveración que Fabré es la versión europea y morena (por su cabello castaño oscuro y ojos ámbar) de la impresionante actriz Charlize Theron. De hecho por meses, hace ya unos años, fue una de las noticias más sonadas: una revista inventó que Isabel y Charlize eran mellizas. Las modelos, al ser tan buenas amigas y compartir varias portadas, marcas y jamás comentar sobre el asunto hicieron todavía más interesante tal “misterio”.
Una situación ridícula que estoy segura que sus managers permitieron para que sus preciosidades tuvieran toda la atención por varios meses. Les funcionó de maravilla.
—No tengo idea, ni me importa —salgo del aparcamiento para unirme al ligero tránsito.
—Después del accidente que me dijiste que tuviste y con lo ocurrido hace años con Aarón e Isabel, yo pensé que no tendrías otro coche —al pasar ya el encanto del Audi mi amigo censura mi regalo—. Parece cosa de familia el querer matarse con la velocidad. Supuse que desde que te impusieron por tanto tiempo chofer querían mejor exagerar las precauciones.
Yo también lo había pensado y así lo hubiera preferido. Seguía sin usar mi Mini Cooper que estaba perpetuamente estacionado en el sótano uno de mi piso. En ese lugar teníamos una bodega pequeña que nos correspondía como propietarios del PH y lo usábamos para cosas que no queríamos tener en el piso, como cuadros, máquinas de ejercicio, cosas de mi infancia. Y estacionados afuera de la bodega estaban los coches que se usaban poco, o de plano ya no se utilizaban, como mi Mini. Apenas llevaba meses con él cuando ocurrió mi dosis de tragedia familiar. El grave choque que provoqué sucedió por un severo ataque de asma tan fuerte e incontrolable que me estaba asfixiando. Este hecho hizo que tema a la velocidad, pues casi me cuesta la vida. Nadie sabe de ese temor, ni Nico a quien le cuento casi todo. Por eso este Audi lo manejaré con mucho cuidado y en raras ocasiones. Aún tengo terror al conducir, aunque vaya despacio. Es muy imprevisible un ataque como el de aquella vez que casi termina conmigo y con una señora y su hijo quienes iban atravesando la calle. Por ellos preferí estamparme en una caseta telefónica vacía. Con sólo imaginar que otro automóvil salga de repente de una calle y se me estampe de lado... hace que mis manos transpiren y me agito, pero no es una agitación agradable como la que me provoca pensar en mi Inglés. El simple hecho de estar dentro de un coche me pone mal y ahí está clara la evidencia: el volante de piel tiene rastro de la humedad de mis manos.
Qué bueno que mi amigo no lo nota. Paso rápido mis manos por el aro de piel negra para borrar la prueba física de mi miedo.
Se acerca para besarme en cada mejilla y me da un tercer beso sobre los labios. Termina de ponerse su camisa verde militar y se pone a apretar todos los botones que tiene a su alrededor.
—Lo quiero convertible —reniega.
—Ya somos dos —y me uno a él.
Después de apretar tanto botón llega al indicado; este se encuentrajunto con otros debajo de la palanca de velocidad.
El techo comienza a recorrerse mientras estoy parada por un semáforoen rojo y sentimos el sol en nuestro rostro.
Prende el estéreo del auto. Se escucha la radio y... ¡Lady Gaga! Subo el volumen a todo desde el volante para mi “Bad romance”. —¡Ay no! —exagerado se lamenta—. Es viejísima, hace mucho pasóde moda.
—Un clásico nunca pasa.
Por su expresión de falso desagrado le canto a todo pulmón... a mi estilo:I want your horror
I want your design
‘Cause you’re a criminal
as long as your mine
I want your love
Love-love-love
I want your love
—¡Aún no logro descifrar qué es peor: tu voz o tu pésimo inglés! —¡Tampoco lo sé! —pero me fascina cantar.
Nunca he de escuchar una canción completa, me enfado muy rápido,por eso cambio de estación y... ¡Mi Alejandro Fernández!
Sin planearlo estoy disfrutando a mis dos chiquitos que tanto amo: Mi Gaga y mi guapísimo tapatío.
Quiero apagar en tus labios la sed de mi alma y descubrir el amor juntos cada mañana hoy tengo ganas de ti, hoy tengo ganas de ti.
—Definitivamente esto no es lo tuyo.
—Tú eres lo mío —le mando un beso y le guiño el ojo.
—Nadie me ha gritoneado tantas canciones —tierno me sonríe conaprecio—. Gracias.
Le bajo a mi escándalo.—¿Qué has hecho? —ahora tengo toda su atención de mirada gris—. ¿De verdad te encuentras bien? Estás más delgada.
—¿De verdad? —analizo todo mi cuerpo de arriba a abajo—. ¿Y cómo me veo?
Achina sus ojos con impaciencia.
—Sabes que espléndida como siempre.
—De algo ha servido la jodida dieta. Quiero verme espectacular conel vestido que Isabel me compró.
No sé si fue un error de medidas o una indirecta de Isabel para quebaje más de peso, pero el vestido que me mandó desde Italia me queda un poco justo. Y con apenas una semana de su llegada fueron muy pocos días para lograr que me quedara excelente.
—¿Entonces no estás así porque estas revolcándote en tu miseria, pensamientos suicidas o algo así de deprimente?
—¿¡Qué!? —me carcajeo con ganas—. Para nada. Aunque estoy segura que para mañana dirán eso las revistas —sería tal vez el artículo que más detestaré al pegarle como nunca a mi vanidad. El gusto que le dará a la muy desgraciada de Marian.
—De verdad no te afectó lo de...
—Sabes que sólo a mi orgullo —confieso molesta—. Y más porque todos lo saben. ¡Qué humillante! —me encojo de hombros—. Hasta Isabel llamó para preguntar cómo estaba.
—¿Pero no está en Hong Kong?
Lo volteo a ver con una ceja elevada dejándole claro que ese es el quid de la cuestión: todos lo sabían.
***
El viejo desde temprano no está en el piso. Nunca desayunamos juntos por tan dispersos horarios mañaneros que tengo. Bernat desde que apenas amanece se levanta y la mayoría de veces sale para realizar un sinfín de actividades. Nunca es de comunicarme qué hace, ni yo tampoco. Siempre nos hemos de enterar del otro por Nuria u Óscar. No es nada personal la forma de enterarnos la vida del vecino de habitación, pero hasta el momento nos funciona de maravilla. Eso sí, nunca tengo que reportarle, y menos directamente a Bernat a donde voy, pero siempre debo de avisar si no como en casa. Casi siempre trato que así sea al ver que el viejo le da mucha importancia a esa reunión del día conmigo. Y si no estoy para comer juntos sí me exige que llame. Odia Bernat las informalidades. El comer o cenar juntos todos los días, según nuestras ocupaciones, tenemos dos opciones para reunirnos pero, lo más tarde que puedo llegar a casa eso si es imposible de negociar. Para comer tengo la ayuda de avisar que no puedo estar en caso de emergencia, sin embargo el llegar al piso después de la hora estrictamente impuesta, jamás, por ningún motivo, puedo alterarla.
La joven Beatriz, la ayudante de Nuria que hace los trabajos más pesados del piso, recoge nuestros platos vacíos.
—¡Esto fue la caña! Como siempre es de lo mejor comer lo que pre- para, Nuria. Aquí con usted ni quién extrañe a ese tal Agustí —ridículo y galante agradece Nico después de comer como poseso. Qué envidia disfrutar así la comida y no engordar—. Muchas gracias por el desayuno.
La señora del servicio sólo asiente en señal de gratitud por el halago.
Agustí es el chef de planta que tenemos, es bastante bueno, incluso ganó el reality de cocina más famoso de Europa (por eso escuchar a Nico tan exagerado como sólo él sabe ser provoca que ponga mis ojos en blanco, porque la cocina del atractivo chef es una de las grandes debilidades de mi amigo). Ahora el chef está en su semana de vacaciones.
Nuria es una señora entrada a la edad mayor, estatura baja, con su diminuto cabello dorado que parece algodón al llevarlo esponjoso y su elegante sonrisa, es evidente que está orgullosa de su talento y de cómo desempeña su trabajo.
Yo con una toronja y unas uvas nada más en el estómago me retiro con mi amigo a mi habitación. Nada que ver mi alimento con el delicioso omelette de Nico con todo tipo de ingredientes, el jugo de fresas, frambuesas y naranja con miel de abeja y el pan horneado por Nuria.
Nos dirigimos a mi recámara para ponernos los trajes de baño y subir a la terraza en el tercer piso a la alberca privada para disfrutar del día soleado.
—¿Quieres ir con Felip y conmigo a la fiesta de graduación? —Nico camina detrás de mí.
—No quiero hacer mal tercio —contesto sobre mi hombro mientras subimos las escaleras.
—Sabes que Felip te adora tanto como yo.
—Deberías ponerte celoso: me encanta Felip.
—Tu dosis de zorra del mes ya lo utilizaste con Ricardo —sueltacon jiribilla. Me alcanza y de manera fugaz me besa en la nariz y pone su brazo espectacular sobre mis hombros—. A mí no me beses así, que Felip no dejará que vivas para contarlo.
—No sabes cómo disfruto tu sentido del humor —trato de parecer enojada pero no puedo evitarlo y me comienza a dar risa.
—Quiero que nunca olvides que eres mi golfa favorita. —¡Por lo menos soy la favorita!
Volteo muerta de risa para darle un beso en la mejilla y en eso Nico para de repente y me detiene.
—Preséntanos maleducada —exige.
Me giro y encuentro a Paulina, muy sonrojada, supongo que no es nada cómodo para ella enterarse que un hombre guapísimo me tiene en su lista de la “puta favorita” y yo seguir en mi sexy camisón. Mi sonrisa lobuna aparece con toda perversión.
¡Qué fuerte! Me río con puya.
—Paulina, te presento al hombre de mi vida —beso rápido a mi amigo en los labios para incomodar aún más a la tímida hija del chofer. Es una muestra de afecto que la pareja usa mucho conmigo, para entonces ya me acostumbré a las libertades europeas, pero sobre todo de mi excéntrico amigo—. Nico, ella es invitada mía y de mi abuelo, entonces compórtate —le advierto—. Irá con nosotros a la universidad.
—¡Pero qué maravilla! Sin duda debemos salir pronto —pide con su sensualidad nata. Esta es de las veces que de verdad dudo que Nicolau sea gay. Es demasiado coqueto. Si no fuera porque sé que ama a Felip podría jurar que es hetero o bi. Pero nada de eso, me lo aclaró en la etapa de las preguntas indiscretas que me atreví a hacerle al conocerlo.
—Muchas gracias —me ve incomoda Paulina, sin saber qué hacer.
—Estoy disponible para ti todo el tiempo que queráis, porque con Rebeca encerrada en sus cosas y mi novio obsesionado con su trabajo, me queda mucho tiempo libre —se acerca descaradamente a su nueva víctima. Nico disfruta dejar claro que tanto hombres como mujeres reconocen su atractivo—. Es mentira, no soy el amor de su vida, la muy zorra desde siempre me ha engañado con un inglés insípido, como la mayoría de los británicos. Y de las formas más calientes que os podéis imaginar —juguetón se muerde el labio exagerando estar excitado.
—Te pediría que lo disculparas, —me dirijo a Paulina, que por su expresión, todo un poema, me causa lástima— pero siempre es así de idiota.
Lo tomo del brazo y lo obligo a caminar hasta mi habitación.
—Que escondido te lo tenías. Está preciosa. Me recuerda a la cantante Adele.
—De hecho se parecen mucho, es verdad —le doy la razón—. Ya decía yo por qué me es tan agradable.
—Amas a Adele. Con gusto os harías lesbi por ella —se mofa de lo mucho que admiro a la cantante.
—Aunque no creo que ella por mí.
Lo jalo hasta mi armario.
—Estoy llegando a creer que tenéis una fijación perversa por losingleses. Ustedes los mexicanos son muy “así”.
—¿Perdón? —levanto ambas cejas escuchando de nuevo lo que repitemi amigo siempre que sale el tema. Todas mis amistades juran que los mexicanos somos la depravación y carnalidad andando, cuando para nosotros ellos lo son. Viven todo mucho más jóvenes que nosotros: drogas, uniones libres, sexo, alcohol. Pero el que las mujeres allá nos maquillemos algunas veces más que aquí, y se use más el operarse el cuerpo, nos convierte para mi amigo y los demás en lo peor... ja, ja, ja... cómo no. Me gusta conocer estos puntos de vista, pues jamás me habría imaginado la fama que tenemos los latinos, la misma que tenemos para el mundo—. Los liberales son ustedes.
—Claro que no.
—Sueña —pongo los ojos en blanco. Regreso al tema principal—. No importa nacionalidad, sólo si son atractivos, disfrutaré siempre de alguien así, de eso seguro. Aprecio a las personas que sí tuvieron la suerte de tener el don de la belleza.
Y es cierto, soy una joven que aprecia, enaltece y agradece la belleza femenina y masculina del humano. Es para mí muy grato ver rostros agraciados por la naturaleza o con un poco de ayuda de la medicina. ¿Por qué no? Todo para mí tiene mérito y más ahora que me gustaría hacerme unos cambios y mejoras allá...
—Me pondré este vestido —lo descuelgo.
Nico se sienta en el sillón blanco en el centro de la estancia y le entrego la prenda con todo y su funda.
—¡Wow! —chifla embrujado—. Un Versace.
—Es diseño único, hecho para mí.
—Anda ya, Isabel se lució —baja el cierre para ver la prenda—. Azul,se te verá precioso. Serás la mejor de la fiesta.
—Lo dudo —nunca Nico puede dejar de exagerar—. Pero si seré laúnica que tendré a tres hombres atractivos escoltándome.
—¿Tres? —tengo todo su interés—. ¿Con quién iréis?
—Lo sabrás cuando nos veamos allá —le guiño el ojo de maneramuy sexy y descarada.
—Como disfrutas hacerme sufrir —se molesta por el misterio.***
La puerta del elevador se hace a un lado.
—Llegas justo para comer —Bernat va saliendo de la habitación de al fondo, donde se ubica su estudio y la biblioteca.
—Muchas gracias por la laptop —me acerco para saludarlo de doble beso, uno en cada mejilla. Costumbre muy española que toda la vida, aun viviendo en México, conservo. Me gusta mucho.
Dejo mis compras en la mesa redonda del vestíbulo que tiene un gran florero de cristal cortado siempre con flores frescas y desconocidas, por eso ni idea de sus nombres.
—Estoy sumamente satisfecho que te vayas a graduar.
Levanto las manos y pego mis palmas en un supuesto agradecimiento divino.
—Un milagro así se debe celebrar a lo grande.
—La gente siempre confunde disciplina con inteligencia —aprieta mi brazo con afecto al llegar a su lado—. Eres la joven más inteligente que conozco.
—Es la ventaja que convivas con puro anciano —bromeo.
—No más ancianos que yo —hace una corta mueca, que siendo más de diecinueve años conociéndolo sé que es su más reluciente sonrisa. Sólo esos gestos tan poco comunes de demostración de alegría presume con Isabel y conmigo, somos las únicas testigos de tan impresionante acontecimiento.
No es nada expresivo, yo creo que gracias a tanto autocontrol en el manejo de sus emociones su rostro carece de muchas de las arrugas que debería tener a sus ochenta y dos años.
Bernat, de mirada tajante verde grisáceo, cabello totalmente blanco, señal de ya todo saberlo, y complexión alta y robusta, es la imagen del poder. Dicen que es despiadado con sus enemigos y cuando lo contemplo rodeado de toda esa gente que quiere de su ayuda o que suplica su perdón, me es temible. Sólo porque es mi abuelo no le temo como los demás, pero no quiere decir que mi respeto no esté mezclado también con cautela. Siempre viste trajes impecables, todo el tiempo formal. Hasta para dormir es rígido en su vestimenta.
—¿Cómo fue tu mañana? Me dijo Ernesto que ya usaste uno de tus regalos.
Ofrece su brazo y nos dirigimos al comedor cuadrado de mármol de ocho sillas que está bajando dos escaleras. Bernat me recorre mi asiento y le agradezco. Con él es siempre así: todo formalidad y recato. La mesa está puesta para dos, con cubiertos de plata y los platos de porcelana blanca con su mantelería dorada y verde limón. Tomo agua que ya está servida en una de las copas de cristal cortado.
Agua. Asco. Jamás me ha gustado el agua natural, pero es desgra- ciadamente necesaria y me obligo a tomarla. Sólo de esta manera llenando mi estómago como después poco.
—Invité a Nico para desayunar, nadamos un rato y nos arreglamos para ir al spa. Queremos estar perfectos y relajados para mañana. Fuimos de compras, te tengo un regalo que te daré mañana.
—Por favor —pide Bernat al preguntarle Beatriz si ya puede servirnos—. No es correcto que tu amigo entre a la habitación y estén solos. —Si quieres mi castidad intacta, Nicolau es el indicado —suelto
distraída.
Exhala impaciente.—Rebeca, es de mal gusto que seas tan abierta —tuve la decencia de fingir sonrojo—. No porque ese amigo tenga otras preferencias puede ser correcto. Tienes una imagen que cuidar.
Escuchar ese constante recordatorio sobre mi “imagen”, hizo venir a mí la dosis diaria de desagrado que casi siempre debo llevar día a día.
—Antes que de nuevo te enteres por otros medios y me preguntes... —Beatriz comenzaba a servirnos una crema fría— otra vez están hablando de mí.
Me asusta el inesperado ruido que hace al dejar molesto sus cubiertos en su lugar, provocándome que hiciera un pequeño saltito. Me atraviesa con la mirada.
—¿Es cierto lo que dicen?
¡Carajo, odio cuando me intimida!
—No —trato de hundirme en la silla de piel blanca, color como lamayoría de los muebles de aquí—. Nunca le haría eso a una amiga, mucho menos tener intimidad con su novio.
Pasa un muy largo tiempo callado sin retirar sus ojos tan cargados de enfado sobre mí. Como pasa siempre que se pone mala leche conmigo, bajo la mirada. Me incomoda mucho que la gente me observe más de lo estrictamente necesario. ¿Qué tanto quieren encontrar?
Por fin, después de varios segundos eternos toma su cuchara: —Me complace saberlo.
Sabía que creía en mí, pero aun así le es siempre molesto que suúnica nieta fuera la protagonista de desagradables calumnias, pues eso no favorece su imagen, y además, él puede creerme, ¿pero los demás? Lo dudo, ellos no conocen nunca mi versión. Jamás he dado declaración, soy muy discreta en palabras, pero para Bernat no lo suficiente en actos. No puedo evitar mortificarme por fallarle así, aunque no soy esa Rebeca Mares que el cotilleo se empeña en buscar, desilusiono a Bernat y eso sí me mortifica de modo atroz.
—Cree en mí —le pido—. Yo no soy como mi madre...
En cuanto se escaparon mis palabras supe que hablé de más.
Por su expresión sé que eso es lo único que jamás debo mencionarle.Bernat a su manera adora a su hija a pesar de lo diferente que había salido de sus padres. Nunca ha culpado que el comportamiento de Isabel Fabré sea así por no ser su hija de sangre, el problema, que toda la vida ha reconocido, fue por cómo la educaron. Por eso conmigo es estricto y me inunda con discursos de moral y de esas reglas que nunca mi progenitora conoció.
Isabel Fabré, de nacimiento mexicano, fue una recién nacida huérfana y adoptada por el embajador de España y su mujer. Habían intentado Bernat y su esposa por casi seis años tener un hijo, sin embargo no fue jamás posible. Pero nunca se lamentaron por esa situación pues veían en Isabel la hija que tanto habían esperado. La escogieron mujer, porque así mi abuela siempre lo había deseado. Aun no siendo de su sangre, Bernat no atribuía a eso la rebeldía que Isabel tuvo desde joven: sino por haberla consentido en todo y permitirle lo que deseaba. Reconoce que él y su esposa malcriaron a su hija. Le entregaron todo de manera absurda. Sin nunca poner límites. Es verdad que Isabel Fabré ya no está en escándalos de fiestas, adicciones y embarazos no deseados, como cuando era una joven, pero ahora, con su divorcio, tantos cambios de amantes y la indiferencia que siente por su única hija, a Bernat le duele la forma en que ella se comporta. Nunca lo dirá pero le puedo ver en sus ojos ese pesar cada vez que lee o ve en la televisión algo de su Isabel. Es por eso que no me gusta provocarle malos ratos a Bernat, con su hija por años ha tenido para no poder enorgullecerse como debería de una familia, que él merece tener. También por eso y por todo el cariño que le tengo al viejo, le he prometido tener las mejores notas para ser aceptada en unos años en Harvard. Ojalá lo logre, por él.
No debería ser difícil. Antes era una excelente alumna, me destacaba en la escuela que estuviera. El cambio tan radical fue el día que me cansé de esperar una atención de mis progenitores. Era mínimo que me sirviera tener las mejores notas escolares para recibir algo más que regalos costosos y llamadas esporádicas. A nadie le he importado de verdad. Bernat lo intenta, y sé que me quiere mucho, pero es muy ausente su forma de demostrarlo para mi gusto y no me es suficiente. El único que siempre había demostrado amor, ternura y preocupación fue Gabriel: mi hermano mayor.
Era tres años mayor que yo. Tres meses antes de morir enfermó y ningún doctor supo de qué o por qué, por esa razón no pudieron salvarlo, haciendo que la ignorancia médica sentenciara el fin de mi hermano a los ocho años. Sólo semanas después, ya había perdido por completo también a mis padres, con algo tan simple, pero tan definitivo en ellos como la muerte: el divorcio.
De inmediato hago desaparecer el dolor tan intenso que siento por ya no tener a mi lado a mi hermano. Estando aquí Gabriel sé que nunca me sentiría sola, tendría el mejor apoyo, el más grande amigo, y como cuando él era un niño, me defendería de todos los que se atrevieran a hacerme llo- rar. Es por eso que desde su muerte no le veo caso a las lágrimas, porque nadie estaría para consolarme.
La escena que presencié siendo tan pequeña en la noche de su muerte: ver como Aarón histérico, tirado de rodillas sobre la alfombra, en llanto, con Gabriel en sus brazos, que ya no se movía, e Isabel conmocionada por haber perdido a su más amado hijo, se ha grabado con sangre en mi alma desde entonces. Es por eso que con fiereza trato de nunca recordar esa noche.Gabriel es el hermano que siempre cuidó más de mí que de él mismo, y al que tanto yo amé y admiré. Era mi héroe, lo era todo para mí y lo perdí.
***
El componer y el tocar canciones creadas por famosos o por los dioses que marcaron la diferencia de lo bello a lo sublime, me encanta; al igual que el interpretar mientras estoy en mi salón de música. El lugar sólo es mío, hecho nada más para mí, mi templo. Soy muy cerrada en permitir que otros lo invadan. Nadie amaría y enaltecería este lugar tanto como yo, por eso conociendo las curiosidades vanas e insensibles de las personas nunca dejo entrar a nadie, aunque mucho me lo hayan pedido.
Desde pequeña los instrumentos musicales han sido mi solaz, mi alegría. Cuando estoy aquí no importa cómo la gente y los medios de comunicación intentan destruirme, o qué verdad de mi vida privada hayan descubierto. El tocar, el expresar con música cómo me siento, me hace vivir una paz que muchos envidiarían y una felicidad que nadie entendería. Por eso sólo mis progenitores, el abuelo y la servidumbre, ellos, que me conocen de toda la vida, saben quiénes son mis verdaderos amantes.
No recuerdo bien desde qué edad empiezo con esto, pero es desde que tengo memoria. Toco el piano, el violín, el violonchelo, la flauta transversal, la vertical, y en mis ratos libres, trato de aprender el arpa. A Bernat le es curioso cómo puedo dominar a la perfección tantos instrumentos y que no tenga la misma facilidad con los idiomas, si ambos requieren de disciplina. Por lo menos tengo un treinta por ciento de francés, aunque un poco menos en el inglés. Podría ser peor. Para mí ser tan desastrosa en idiomas es muy simple: la música es lo único que me apasiona y me hace creer que existe el alma y que incluso... yo tengo una.
Han transcurrido cinco horas en mi mundo, son más de las tres de la mañana cuando recuerdo que debo dormir, a mi pesar. Es impactante aun para mí cómo en un cuarto sin nada de complejidad, sin la extravagancia, que suele tener casi toda mi vida, pueda darme todo lo que más me satisface. Aquí no hay cabida para el sueño, hambre, aburrimiento y mucho menos para la soledad.