Saga Darkyria
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CAPÍTULO II
No me quieres como enemigo...
Despierto por el insistente sonido. Después de unos segundos que trato de despabilar mis pensamientos sin éxito, me percato que mi celular no suena con la alarma de siempre, sino con la sinfonía que tanto amo por llenarme de tan bellos e inolvidables recuerdos. Es la sinfonía No. 3 en Fa mayor Op. 90 de Johannes Brahms. Ayer en la noche estuve tan sumergida en otro lugar, que no se parece nada a éste, y no me di cuenta que lo cambié. Me sorprende la música que me despierta, pero en lugar de desagradarme por tener que dejar la cama, lo hago con una sonrisa: era la melodía que Gabriel ponía cuando quería hacerme reír porque se portaba como director de orquesta desquiciado, y movía las manos de un lugar a otro cual poseído, hacía caras y sonidos estridentes y yo como fiel admiradora de mi hermano le aplaudía una y otra vez mientras me ahogaba de risa.
—Gabo —recuerdo cuando era niña. Nunca me dio tiempo la enfermedad de mi hermano para poder llamarlo por su nombre. Murió antes de que pudiera hablar bien.
Al apagar la alarma de mi celular percibo una rosa rosa en mi buró. Mi flor favorita. Lindo gesto de Bernat. Lo hace en raras ocasiones, sólo en momentos muy especiales para mí, pero es lo suficiente como para sentirme especialmente apreciada por él. Espero ya haya olvidado mi desliz de la comida.
Estoy muerta.
***
Para mí despertar temprano es tener al tiempo mofándose y con el plan malévolo de querer terminar conmigo, destruir la poca cordura que puedo poseer al perder tan abruptamente mi paz.
Parece que nadie se da cuenta que el vivir en un mundo de horarios nos quita total libertad, que es imposible dirigir nuestras vidas como realmente queremos, no como las personas o la situación lo requiera. Es un fastidio, pero si deseo ser parte de una sociedad, debo fingir que no me doy cuenta que es acelerada y controladora, quitándole espontaneidad, mi tiempo está sólo para convertirse en “el tiempo”. Ni modo, me percato de ese manejo del sistema social, pero he de reconocer que yo soy parte de todo este poderoso e implacable movimiento y me sentencio culpable, por no rebelarme contra ella, siendo más fácil y bastante cómoda si también disimulo que sí tengo control de mi momento. Cuando queremos reconocer nuestra insignificancia en este mundo sabemos que no somos dueños de nuestra existencia. Aunque todos siempre queremos creer lo contrario, que existe la libertad. ¡Mentira!
Lo único que a esta hora puede mitigar mi tortura es un baño de agua caliente, sólo algo así de delicioso puede ayudarme un poco a sobrellevar mi versión mañanera de viacrucis.
El agua con tan deliciosa temperatura, como siempre; el sistema in- teligente se encarga de todo, pero es mala idea a esta hora porque en lugar de despertarme me arrulla todavía más; solo que es mi único consuelo y no puedo combatirlo... Riquísimo. Cierro los ojos por un momento y... comienzo a soñar.
Los abro de golpe. Nunca entenderé por qué no logro despertar un día temprano sin sentir que es la peor tortura. No sé por qué soy así. No creo que sea por genética al tener unos progenitores que apenas está por salir el sol y ya gozaron de toda una vida de actividad.
Ya son más de las ocho de la mañana, me estoy tardando demasiado; entonces me obligo a seguir con la otra función de estar en el cuarto de baño: bañarme. Tomo el jabón líquido de olor de frutas tropicales y con pereza lo dejo caer en mis manos y entonces lo noto. Mis manos están con varias cortadas en las palmas y sobre todo en los dedos. Otra vez. Nunca lo percibo en el momento al estar tan absorta en el salón de música. No es siempre, pero pasa seguido: ver al día siguiente el interior de mis manos con varias líneas muy delgadas, de todos los tamaños, dejando sensible mi tacto y un poco rojas. No sé muy bien si sean las partituras que tanto manejo una y otra vez o quizás las cuerdas de los instrumentos, de las que me adueño como poseída por tantas horas; no sé si sean estas las que me dejan marcas, mis superficiales heridas son testigos de cómo salgo a mi mundo, llega el momento que hasta me olvido de mí y de mi cuerpo.
Hacía ya rato no me cortaba de esta manera y me molesta que precisamente hoy tenga que amanecer con las manos de Santo Cristo. Espero poderlas sanar lo mejor posible para la hora del tan esperado evento escolar por Bernat; y si no, cómo soportaré tan “merecidas” felicitaciones por el “gran” acontecimiento.
***
—Permítame por favor.
Paulina habla del otro lado de la puerta apenas llamo.
De inmediato abre.
—¡Rebeca! —saluda con entusiasmo de sólo verme—, pensé que erala señora Nuria. Muy buenos días. Qué guapísima te ves ¿Quieres pasar? Un pantalón blanco de vestir y una blusa cruzada y sencilla de azul turquesa que se amarra debajo de mis senos, de cuello provocador en “V” (para enseñar un poco que sí heredé, por suerte, un par de cosas, de lo in- creíble de la modelo), un collar de oro en varios hilos finos en caída como una grande cortina cubriendo mi cuello y unas sandalias de piso de idéntico color... me hacen ver sofisticada. Estoy satisfecha con mi apariencia en este viernes por la mañana, traté de esmerarme sin salir del estilo “elegante
casual” que me gusta conservar. Espero a Isabel también le agrade.
—No, yo...
—Anda, pasa, estoy platicando con mi novio —toma de mi brazo y con su, creo yo acostumbrada alegría, me hace entrar hasta el medio de su habitación—. Le estoy comentando lo increíble que está el piso, Barcelona y lo bien que todos ustedes me tratan.
—Hola, buenos días —una joven voz masculina se escucha algo lejana.
Sintiéndome “capullo” por no saber de qué aparato salía la voz, me deslizo discretamente para que no sea tan notoria mi total falta de entendimiento; veo alrededor, curiosa. Es la segunda vez desde que vivo aquí que entro a esta habitación y me deja muy complacida el cambio.
—Quedó muy linda tu habitación —sonrío—. Espero que te sientas muy cómoda aquí.
En la estancia predominaba el color morado y azul. No tengo idea quién lo habrá decorado, pero debo aplaudir que sí sabía lo que hacía. Es igual de lujosa que la mía sólo que mi habitación tiene terraza y el armario es mucho más amplio. Paulina no contaba con una sala privada, como la mía, que rodea mi enorme pantalla de televisión, pero sí con un escritorio tan equipado como el que me instalaron. El dormitorio es la mitad de tamaño que el mío, sin embargo también se ve que procuró aprovechar excelentemente los espacios.
—Entonces no la conocías.
Mi ignorancia es más que evidente pero aun así niego con la cabeza y sigo viendo lo acogedor y bello del lugar que entra toda la luz del día.
La situación no podía ser más ridícula. Es acaso posible y aceptable que un lugar, que está al fondo del iluminado y muy amplio pasillo, en el centro con un gran tragaluz en forma de pirámide, pudiera sufrir tan drásticos cambios sin haberme yo jamás percatado. ¿En dónde diablos estaba o qué estaba haciendo? Es tan buena pregunta que no tengo ni idea por qué, pero me intriga conocer la respuesta.
Ayer durante la comida no se habló mucho después de la estupidez que le dije a Bernat; mencionarle de esa manera a Isabel enfrió la situación a un extremo glacial todavía mucho más de lo normal. La hora de la comida continuó con largos silencios incómodos, más que nunca. Por ese lamentable desliz no me sentí valiente como para preguntarle sobre la existencia en nuestras vidas de la hija del chofer. Algo así parecía ser una insignificancia para Bernat porque ni siquiera tuvo la decencia de por lo menos avisarme.Y ayer por no pensar lo que digo antes de abrir mi bocota, perdí el cartucho de reproche por su enorme falta de consideración y respeto a mi persona. Entonces junto con la comida, mi pesar y estupidez, tuve que tragarme mi indignación.
Me es raro imaginar otro ser viviente en el piso, sobre todo de mi edad. Por el momento Paulina no me ha causado ninguna molestia, aunque es imposible que deje de enojarme la manera como lo manejó Bernat.
La forma de ser tan cálida de la nueva inquilina es contagiosa y eso me hace recordar lo único que se dignó el viejo mencionarme sobre ella:
—La hija de Ernesto es la mejor estudiante de su generación —me vio severamente mientras Beatriz se llevaba nuestros platos sucios. Al estar solos añadió: —Si la llegas a tratar, que no sea para sonsacarla. Ella quiere entregar todo en sus estudios, no perturbes sus planes de vida, por favor.
No le dije nada. ¿Qué podía decirle? Es ofensivo el comentario y espero no lo haya dicho con esa intención. Hacerme sentir como si fuera la serpiente de la historia cristiana, que su única función es acabar con todo lo “puro” ofreciendo del fruto prohibido... ¿De verdad me ve así o es sólo que estaba molesto por haberme atrevido a decir en voz alta lo que todos opinan de su hija?
—Lamento interrumpirte —regreso al presente y le entrego una bolsa de compras—. Espero te gusten. Es mi manera de agradecerte por el detalle de la laptop.
Sorprendida Paulina se asoma a ver de qué se trata, aunque es evidente ya que la bolsa tiene el logotipo blasfemo. Saca la caja y los ojos se le hacen como los de la película “Pollitos en fuga”, es cómica la niña.
—¿¡En serio!? —chilla eufórica al ver los tenis sin agujetas de esa marca que apenas ayer fue conocida para mí: Vans—. Pero sería un abuso si aceptara —sonrojada sonríe con timidez—. Me han dado muchísimo. Me diste tu laptop...
—Es usada.
—Está como nueva, además, es Mac —con una sonrisa de complicidad me señala con ambos dedos índices. Yo sigo estupefacta por no concebir cómo algo nuevo puede competir con cosas de segunda mano—. De verdad —insiste al verme callada. Guarda el regalo de nuevo en su caja—, no es necesario que me agradezcas nada, al contrario,...
—Acéptalos —ordeno y los vuelvo a sacar—, no estuve una hora informándome acerca de cuál es la tendencia en moda del verano con el joven de la tienda de gratis. El gerente —que fue llamado por uno de los empleados que me reconoció— juró que es de un modelo exclusivo por ser pintados a mano.
El calzado es la cosa más sin chiste y simple que he visto, pero para otras personas es claro que es algo especial. Sólo tengo que ver la expresión de la joven enfrente de mí para estar segura. Son de tela blanca adornados por dibujos de palmeras, playa, sol, sombrillas, todo un panorama muy veraniego. Caricatura bastante pintoresca. Yo jamás ni de coño los usaría, pero es obvio que soy la única aquí que piensa así.
—Los vi en su página web y sé que sólo hicieron veintiún pares con este tema. Los diseñó un skater muy conocido —exhala abatida—, y por lo mismo sé el precio y es por eso que veo incorrecto que me los quede.
No le encuentro caso decirle que es el calzado más barato que he de comprar en mi vida. Para mí es nada, pero supongo que ella ya lo sabe.
—Tú también te graduaste —insisto y me siento en su silla del escritorio que es giratoria blanca de piel con descansabrazos plateados. Cruzo las piernas y recargo en una de mis rodillas mi bolso de mano color salmón, hace juego con las diminutas piedras que cuelgan en cada punta de mi collar—. Espero que te queden. Nico es experto en las tallas y asegura que es la tuya.
Ya sin atreverse a protestar más ante mi postura un tanto autoritaria, aprovecha que está en puros calcetines y se prueba el calzado derecho.
—Espero ver pronto a Nico para agradecerle también, me quedan genial —radiante me modela su regalo.
—Pronto para la desgracia de mi abuelo lo verás —sonrío con malicia.
Sin esperarlo y mucho imaginarlo siento los brazos de Paulina alrededor mío. Me abraza muy efusiva, con total incomodidad trato de regresarle el gesto. Pero sé que no lo logro bien al estar de más ésta cercanía.
—¡Muchas gracias!
Aleluya... por fin me suelta.
—¡Ey, yo también quiero vértelos puestos! —otra vez ese sonidojuvenil lo escucho como voz de conciencia—. No me olviden.
—¡Ay, perdón! —Paulina toma de su cama la laptop que antes era mía y me lo pone enfrente—. Lo siento, qué grosera, los presento: Rebeca,él es Juan Pablo. Y Bebé, ella es Rebeca, es la nieta del señor Fabré. ¡Bebé! Debe ser un crimen ser tan ridículamente cursi. Levanto una
ceja sin poder disimular mi asqueo.
—De nuevo hola, Rebeca —saluda amable su novio levantando lamano.
Paulina deja su laptop sobre el escritorio y así su pareja puede vernos alas dos por el Skype. Se sienta en su cama y me jala de la silla para ponerme junto a ella.
Por fin el dueño de la voz subliminal tiene cara y es aceptable. Muchas mujeres lo acusarían de guapo. Juan Pablo es un joven con encanto, al igual que su personalidad. Parece por la foto que precisamente estoy viendo sobre el mueble y al verlo a través de la pantalla, que el novio de mi nueva vecina es de estatura media como Nico.
Para México y España, con su estatura de un metro y sesenta y seis, Paulina está en el promedio. No está tan mal la pareja. Aunque Paulina tiene tanto potencial con ese rostro exquisito que podría darse el lujo de buscar pareja en los mejores estándares de belleza. Algo que yo no me atrevería. Juan Pablo tiene ojos oscuros como su cabello corto despeinado. Usa anteojos de armazón grueso negro, en lugar de restarle actitud ese accesorio le da una personalidad intelectual.
Buscando muy bien puedo comprender por qué alguien con rostro y ese físico divinos, aunque con varios kilos de más, del que goza Paulina, se pudo fijar y enamorar tan patéticamente de alguien como Juan Pablo: tiene un encanto único. Encanto que a mí no me atrae, pero reconozco que es especial.
Y de todo esto estoy segura con sólo un “hola”. Son de esas contadas personas que tan sólo observarlas unos segundos parece que en su trasparencia trasmiten todo. Siento que en realidad es agradable, autentico.
—Buenos días, Juan Pablo —trato de ser educada.
Por el fondo que puedo ver en la videollamada, me doy cuenta que el mexicano está recargado en la pared de su habitación y parece que sentado en el piso. Deben ser casi las cuatro de la mañana en México.
—Muchas gracias por el regalo —dice él.
—Ya ves que no tienes que seguir preocupado de cómo me irá aquí. Todos me tratan mejor que bien.
—Me da mucho gusto, princesa —se dirige a ella con mucha ternura—. Te lo mereces.
Tanta miel me es fastidiosa.
Mimosa su novia se encoge de hombros y ante eso no puedo, y ni quiero, debo evitar verla porque el estómago se me está revolviendo. ¿¡Algo en donde vomitar!? Juro que saldré diabética de aquí.
—Juan Pablo en un año termina su carrera en ingeniería mecatró- nica y se vendrá también. Bueno, a Alemania —me explica—. Tu abuelo lo está apoyando mucho para que saque una beca y consiga trabajo con sus contactos.
—Me da gusto —digo distraída al notar algo bastante fuera de lo normal. Observo y observo... pienso... y...
¡Soy totalmente ignorada por Juan Pablo!No me molesta, pero si me cuesta entender el no conseguir de él el efecto que suelo tener siempre que me esmero en mi arreglo como hoy. Desde el principio el novio de Paulina no muestra nada en su actitud o su mirada al verme.
Los novios siguen platicando melosamente y ver de nuevo su com- portamiento y sus miradas me hacen darme cuenta de la verdadera razón por la que me siento extraña: hay amor genuino entre estos patéticos. Es tan raro, roza lo insólito, pues no recuerdo nunca haber visto una relación así. Felip y Nico son la única pareja estable que conozco, pero ellos son muydiscretos. Parece que estos mexicanos creen en el amor puro de parejas. Así como Juan Pablo, está más que claro que no tiene ojos para nadie, es igual con Paulina al verse los dos con la misma adoración.
Paulina en pijama blanca con manchas rojas, como vaca con viruela, y yo que parezco que voy de pasarela... es obvio quién se siente la mujer más especial. Frunzo el ceño por culpa de mi shock por comprender el mundo sobrevalorado de los tórtolos: el amor da seguridad, y te hace sentir un ser único. Si esa persona te hace sentir bello, eres bello. Así de fácil y de traicionero es el enamoramiento. La misma palabra lo dice en español para burlarse del ingenuo: enamora-miento. Apenas hace unos meses yo me sentí así con el primer novio que me había atrevido a tener y ni ganas de pensar ni pasar de nuevo todo ese maldito juego.
Santiago... No, no lo recordaré nunca más.
Lamentablemente será más desastroso para Paulina y su novio cuando se den cuenta que eso que llaman amor no es más que el egoísmo en su máxima potencia, el sólo querer y esperar más del otro. Entre más estúpido se es en creer en algo tan engañoso y mezquino, más se sale lastimado y se tarda en reponer el orgullo. Los ingenuos, también llamados soñadorespor los románticos, sólo por el hecho de adornar divinamente su estupidez, no se dan cuenta que ese sentimiento es tan dominante como la gravedad: todo lo que sube tiene que caer. Entre más alto es más desastrosa la caída. Y según sé el señor Isaac Newton y yo no nos equivocamos.
—¿Rebeca?
Paulina me mueve del brazo para llamar mi atención.
—¿Si?
—No sé a dónde te fuiste pero regresa —se burla de mi cara que esla personificación de la idiotez y no por estar “enamorada”. Ladeo un poco la cabeza y cierro los ojos para despabilar tantos pensamientos empalago- sos y al abrirlos le sonrío—. Le estoy diciendo a Juan Pablo que ayer en la noche te dormiste tarde por estar tocando...
Adiós sonrisa.
—¿Qué?
—Sí, de verdad nunca había conocido alguien tan joven que toquetan extraordinario, de conservatorio —su intención es alagarme, pero escuchar eso es para mí la más vil ofensa—. Es un don...
La corto de inmediato levantando mi palma enfrente de ella:
—El salón de música fue diseñado para que la acústica se guarde —afectada entrecierro los ojos.
—Lo supuse. Al pasar por las puertas apenas es audible —me mira maravillada—. Por eso las abrí un poco para escuchar mejor y evitar tocar para no interrumpirte. Dicen que los zurdos tienen una genialidad única en las artes, ahora me doy cuenta que sí. —”Un fenómeno”, lo llamaría el viejo, que espantado de que su única nieta fuera así, pidió a mis profesores que me obligaran a ser diestra. Situación que provocó que al final utilicé las dos con destreza, pero uso la zurda para tocar mi música, en lo demás sí ganó el viejo. Por eso tengo letra espantosa—. Tocaste varias veces la de Vivaldi, invierno, de las cuatro estaciones y otras dos que no conozco —se refiere a las variaciones que hice ayer de varios movimientos de Paganini y “Tormenta” de Vivaldi—. Es impresionante cómo dominas el violín en esa melodía. Contigo es tener una orquesta en casa. Espero escucharte pronto otra vez.
—Lo dudo —sin mirarla más me pongo de pie y azotando la puerta salgo de ahí.
Más que nunca estoy furiosa con Bernat.
¡Cómo se atrevió a perturbar todo el pequeño mundo que me he creado! Esas intromisiones no pasarían si aquí no fuera para la caridad. ¡Mil formas en ayudar tiene el señor Fabré y escoge la que no era elección!
Bajo las escaleras rápidamente y llamo al elevador.
Veo la hora en mi reloj Cartier: 9:49.
De nuevo llegaré tarde a mi cita con el estilista y eso que la quise alas diez de la mañana para tener tiempo. Saco de inmediato el móvil de mi bolsa que siempre tengo en vibrador, pues los tonos de llamadas o sonidos que hace me chocan.
Hay un WhatsApp que llegó hace apenas minutos; lo leo sin des- bloquear mi celular:
* Lo lamento, se atrasó el vuelo.
No podré llegar a tiempo para ir juntas
al spa como habíamos quedado.
Te veo en colegio para el acto académico. Besos. *
Isabel.
¿¡Se atrasó!? ¡Pero tenemos avión privado!
Siento todavía más grande el hueco que me hizo la intrusa en miestómago.
No pierdo el tiempo en contestarle.
Estoy furiosa. Con ella nunca puedo contar. Por más que siempre medecepciona no puedo evitar seguir esperanzada en que un día se comporte como lo que debe ser: una madre.
Busco en la lista de contactos y encuentro el nombre que busco. Me comunico.
—Buenos días —saludo cortante a la joven del otro lado de la línea—. Necesito que manden a Memo, y el resto del personal para que me hagan todo el servicio aquí en mi casa a las siete.
—Lamentablemente, señorita, debió hacer cita meses antes. Hoy todo el día como los próximas semanas están completamente saturadas.
En ese momento llega el elevador y al abrirse tengo la sorpresa de que no viene vacío.
—Pushit... Con esa cara es claro que ya los viste —apenas se topa Nico conmigo me suelta furioso—. ¡Toda una mierda!
Está vestido todo desaliñado, ropa clara de pantalón blanco y cami- sa hueso mitad abotonada, todo de lino. Arrugado y despeinado. Sólo sus zapatos color camello están al punto. Está guapísimo mi amigo, solamente él logra ponerse ropa masticada y verse increíble.
Ignoro las mil disculpas apenadas de la empleada de la estética por no poderme atender este día, porque veo las portadas de las revistas que me pone enfrente mi amigo.
Fotos de las que nunca estuve enterada, y al parecer los involucrados tampoco, son esas imágenes tomadas las que llenaban las portadas. De una por lo menos sí estuve al tanto de su existencia, es la de ayer cuando salí a encontrarme con mi Audi. Pero el encabezado no hace mención de mi regalo, sino con letras grandes se burlan y destrozan, si se podía aún más, mi vida privada.
“La reina de corazones es acabada por un par de reyes”
Por reina se referían a mí y los reyes por los idiotas Leonardo y Santiago. Nuestros rostros suplantan las caras de las cartas de los personajes del póker. ¡Es todo tan insultante! Otras revistas con más clase no tienen una mofa tan patética y grotescas como estas otras, pero a su manera sutil dejan entendido en las imágenes de ayer cómo en su versión había perdido peso: anorexia, bulimia o sufrimiento amoroso me han adjudicado, pero nadie tuvo la decencia de pensar en algo tan simple que mi cambio físico fue por: vanidad. Seguía sin poder parar de hojear toda esa mierda. En otras me comparan con Isabel y lo parecida en comportamientos lascivos que somos ella y yo, a esta edad. Apenas abro la basura hay una foto de Isabel a los diecinueve y otra mía actual.
A mi pesar no evito sorprenderme de lo bellísima que desde entonces es esta mujer. Todos por lástima me dicen una y otra vez que nos parecemos... pero yo no me engaño. Similitudes, puede ser, pero de eso a ser casi gemelas como dicen e igualarme a su impactante físico... estoy a años luz de eso.
Lo impresionante del porte de toda la vida de Isabel se van al garete en el momento que recuerdo el motivo de la publicación y leo el resto de los encabezados.
Lo que hace que la sangre me hierva no es la comparación, sino que halagan la forma de ser de Isabel, como si toda su vida fuera un dechado de virtudes, mientras conmigo critican cada cosa que hago e inventan to- davía más estupideces. Todos teníamos que rendirle pleitesía a la exitosa modelo internacional Isabel Fabré. Y para finalizar mi mañana con broche de oro, en primer plano esa mujer se ve riendo muy encantada por algo que le dice un apuesto caballero alto de cabello oscuro y vestido con ropa blanca de lino, mientras ella sólo tiene un diminuto traje de baño amarillo y ambos gozan de su viaje en yate. Busco la fecha de ese hecho y fue tomada prácticamente hace menos de un día en Miami. Como siempre los demás saben más de ella que yo.
Acabo de recibir una patada en las bubis. ¡Aquí está el motivo! Por eso no llegará sólo unas horas antes para convivir con su hija. Tiene cosas mejores que hacer.
¡Ya estoy harta!
Excelente...
—Creo que no entendió, señorita, he dicho que quiero todo el servicioa las siete —aprieto el iPhone con mucha fuerza—. Soy Rebeca Mares, ustedes ya saben dónde vivo. —Cuelgo.
En eso recuerdo que una artista llamada Claudia Bravo me ha llenado de mails e invitaciones para que vaya a su negocio nuevo; promete que me encantará lo que tiene para mí y más sabiendo que me gradué. No sé qué tiene entre manos, pero es una joven agradable y qué mejor tratar desde ahora a esa gente. Le mando un mensaje que iré a su spa en un rato.
—Joder, tía, pero si estás cabreada como nunca.
*Muchas, muchas gracias, señorita Mares.
Será como siempre un honor poder
atenderla y espero acepte mi regalo.
Felicidades *
Sin interés leo el mensaje de la dueña del Spa.
—A nadie doy gusto —guardo el aparato en mi bolsa. Recuerdo la forma en que me trataron Bernat, Isabel, la prensa... ¡No me consideran! ¡Y mucho menos importo!—. Tanto tratar de cuidar “la imagen”, “el apellido”... ¿para qué?
—Pero lo que digan de ti nunca te ha importado. Sabes que lo que quieren es vender.
—Quieren de verdad de que hablar, ¿no? —aprieto el botón del elevador—. Por fin lo tendrán. Por lo menos a alguien complaceré por fin: a mí.
—Qué gusto que la quieras pasar bien, pero —se queda callado y toma mi mano con suavidad—. Ey, calma, no me gusta tu cara...
—Nada que tu padre no pueda arreglar —entro al ascensor. —No seas ridícula, sabéis que no me refiero a eso. —¿Vienes? Porque vamos en tu coche.
—¿A dónde? —sin hacerme esperar me sigue.—Hay algo que deseo hacer hace mucho tiempo, y ahora puedo.
***
Al ser un evento escolar y usar ridículas prendas de graduación, no le encuentro caso contratar a un estilista y maquillista. Antes estaba planeado por mí de esa manera para estar con Isabel a solas unos momentos, y mínimo por unos instantes fingir que éramos una familia. Pero, como siempre, ella me deja claro que no está interesada en sentimentalismos estúpidos. Sé manipular el maquillaje muy bien, por lo tanto para esto no es necesario tener las manos de los expertos y más porque uso lo menos posible.
No me esmero mucho en mi ropa esta vez, todo el tiempo que dure el evento estaré usando la típica toga negra que me cubre hasta los pies. Es por eso que me puse un fresco vestido color hueso de lino sin nada de escote y descubierto los hombros, algo elegante. La leve amplitud del pecho es controlada en su totalidad gracias a mi acentuada cintura y tiene la fingida ayuda de un cinturón muy delgado, su función realmente es adornar la lisa prenda, que cae y vuelve a ajustarse un poco de nuevo poco antes de la rodilla. No llevo más accesorios que el cinturón y unos aretes con una perla en cada uno. Mis sandalias de tacón alto de aguja y finas cadenas cruzan por todo el empeine y se amarran al talón. Siento yo que con estas bellezas le meto mi dosis de sensualidad y elegancia a la nefasta toga. Tanto el adorno de la cintura como los zapatos son de un tenue color dorado.
Me observo en el espejo del vestidor de dos metros de ancho y va desde el suelo hasta el techo, que es doble altura. Odio los espejos, pero eso no lo sabía el diseñador de interiores como para poner algo menos aparatoso. Me observo y, satisfecha con mi ligero maquillaje, mi cabello suelto cayendo en ondulaciones, ya con todo lo importante en la alargada bolsa de mano y los regalos en la otra, me dirijo abajo.
Bernat se encuentra como siempre completamente inmerso hablando por su móvil con la misma seriedad y soltura que lo caracteriza. Está muy elegante con su esmoquin de saco color perla y pantalón negro como su moño. Sus zapatos negros italianos. Se ve imponente como siempre.
Ordena sin una pizca de humanidad:
—Repite ese nombre —¿sentencia?
Escuchando mi tacón tocar el primer escalón, levanta su rostropara verme bajar y su entrecejo se contrae. Desde ayer en la comida no nos vemos, entonces no tengo idea de qué le molesta ahora. ¿Será por lo mismo? Descarto esa idea rápidamente al recordar que en la mañana me había dejado mi flor favorita en el buró. Pero aun así es claro que no está muy feliz conmigo. Esta vez no me importa. Ahora yo soy la ofendida, no él.
Se despide del ser del otro lado de la línea con un “Piénsalo”, en un tono en absoluto conciliador, más bien amenazador. No me extraña, Bernat no es hombre de hacer amigos, sino imperios. Pero aun con tal actitud es posible que esté hablando con su principal hombre de confianza, Henry Lowell, únicamente llamado por mí: Godínez. O con el mejor de mis humores: la secretaria. Ese hombre inglés y solterón coordina toda la vida del viejo y me fastidia porque lo veo hasta en mis mejores zapatos como también en la sopa. Lo que muchos pueden llamar “eficiencia”, otros más coherentes como yo lo llamamos: solterón sin vida. El desagrado, aunque nadie lo nota más que yo, sé que es mutuo.
Guarda el señor Fabré su móvil Vertu dentro del bolsillo interior de su saco.
—Ya es muy tarde, Rebeca. Siempre hemos de llegar tarde por tu causa.
Me regaña apenas llego a su lado.
—Seré de las ultimas que mencionen —no había ido al ensayo, pero no tengo que usar mucho la inteligencia para saber que seré de las ultimas por mi apellido.
—Siempre te he dicho lo desagradable e inadecuado de que seas tan irresponsable y no respetes los horarios establecidos.
Y al parecer seguiré sin considerar otra de sus críticas. Seria me adelanto y cruzamos la sala para llegar al garaje de paredes completamente trasparentes de vidrio, donde están tres automóviles estacionados, el único llamativo por el color es mi Audi. Hermoso.
El vidrio de la puerta se recorre en automático.
Como es la costumbre y por regla, detrás de nosotros nos seguirán en el Mercedes Benz: Xavier, sub-jefe de seguridad, y Óscar, su ayudante. Abre la puerta trasera Ernesto y al mismo tiempo que entro al Bentley, también negro como el Mercedes Benz, entra Paulina en el asiento
de copiloto, me lanza una mirada apesadumbrada.
¡Es cierto! Lo de la mañana. Mi comportamiento pudo pasar comoinmaduro y de mal carácter, sería tonto negarlo, pero no puedo, ni ahora ni nunca, compartir algo que sólo a mí me pertenece. Todos, cuando amamos de verdad algo, somos muy celosos en despilfarrar su belleza a cualquie- ra. Hay cosas, momentos, que sólo deben ser para uno. No puedo evitar molestarme por la intromisión a mi tesoro. Pero eso no lo sabe Paulina. Más tarde le explicaré y sé que entenderá.
Hace lo mismo el chofer con la otra puerta de atrás para que el viejo se acomode.
Ernesto, prende el coche y lo avanza unos metros para ingresar al elevador. Entramos y comenzamos a bajar, para estar en el PH - piso cuarenta y tres, es rápido el descenso: cincuenta y ocho segundos. Lo sé de memoria.
A pesar mío, me preocupa la apariencia de Bernat, que sea perfecta; le acomodo el moño que apenas está visiblemente desacomodado, pero no para mi implacable ojo de la moda.
—Un detalle —le entrego antes de alejarme de él una caja muy pequeña cuadrada, de piel negra.
Son unas mancuernillas de oro blanco y en el centro un sofisticado diamante negro. No tengo el gusto de ayer para darle un presente, al contrario, me fastidia todavía más ser tan considerada con él cuando no lo es conmigo. En este momento me es imposible encontrar algo que lo haga merecedor de algo que busqué con tanto esmero. Pero un regalo así no lo debo desperdiciar.
***
Agarro mi celular de la bolsa de mano tono coral y marco.
Nada.
Otra vez y nada.
Ocho veces más y me sigue diciendo la voz de la grabadora que elmóvil se encuentra apagado.
Entro a la conversación del Aarón en WhatsApp y su última conexiónfue hace una hora. Hago lo mismo en el chat de Isabel. El estar de nuevo de curiosa sólo sirve para enfadarme más al leer bajo su nombre: En línea. ¡¿Con quién platica tanto?!
Bloqueo la pantalla de mi iPhone con frustración y lo guardo. Impaciente mis manos hechas puños se empiezan a pegar mientras observo a través de las ventanas polarizadas. Todos estamos callados, hasta Paulina, y Ernesto que está atento al tráfico.
La ancha mano de Bernat me cubre mis delgadas y frías manos. Es cálido su tacto. Su intención es confortarme. Ayuda un poco.
—Espero no sea una decepción el que sea yo quien te lleve —lo volteo a ver. Bernat como es su costumbre se sienta del lado izquierdo cuando viene conmigo, por amable. Sabe que odio recorrerme en el asiento—. Lamento que no alcanzara Aarón a venir por ti.
El señor Mares había llamado mientras estaba con Nico: que no podría verme en el Reial Elit, para ser él el quien me llevara a la graduación. Fue una enorme decepción, pero no pude enojarme por algo así, pues sabía que Aarón lo lamentaba tanto como yo. Él tenía una fuerte justificación para no cumplir su palabra. En cambio Isabel...
—Para nada, abuelo —trato con una sonrisa de disimular mi desilusión por no ver a Aarón desde el principio—. Eres el mejor acompañante que se puede tener. Serás el hombre más guapo del lugar —le guiño el ojo y aprieto mis manos alrededor de su mano como gesto de agradecimiento por el afecto que me ofrece.
Si el chofer y su hija no hubieran estado aquí, sería el mejor momento para cuestionar las decisiones de Bernat que me afectan muy directamente. Eso sin falta lo haré apenas estemos solos. Por ningún motivo puedo dejar pasar que se perturbe sin más ni más mi espacio. No quiero librarlo de que sepa mi enorme molestia. Y debo aprovechar que tiene pesar porque su idolatrada hija me falló en la mañana y muy probablemente también durante el resto de mi vida: es en momentos así cuando me premia el viejo.
—Y tú, la joven más hermosa. Es un honor para mí ser el hombre que te escolte —sus ojos verdes me contemplan con aprecio.
Asiento educada por el exagerado halago y regreso mi mirada a las calles transitadas de Barcelona. Después de diez minutos de viaje vamos sobre Via Favència. Por portarse ahora amable no debo dejar pasar su falta de respeto. Es común esta conducta tan rara en su personalidad. Siempre se comporta así de “considerado y condescendiente” cuando mis progenitores me fallan... que es muy a menudo. Pero el gusto de que el viejo me trate de esta manera me dura poco. Es imposible para el señor dejar de ser por un poco de tiempo más frío, distante: él.
El día es caluroso y muy asoleado. ¡No puedo pedir mejor clima!
—Tus padres estarán ahí, no te preocupes. No faltarían en un día como éste: en tu día —y me da otro ligero apretón de manos antes de retirarlas de las mías. Sabía que él también dudaba de ellos como yo.
Estoy tan distraída que no tengo mente disponible para recordar en qué momento se puso Bernat mi regalo, se ven increíbles las mancuerni- llas. A Aarón le compré unas iguales, estoy segura que las lucirá también.
Después de unos diez minutos más llegamos a Col. Legi Montserrat: mi escuela. Nos dejan en la entrada principal y apenas pongo un pie en el piso, con la mano que ofrece Ernesto para ayudarme a salir, lo veo. Salgo disparada sumamente feliz.
—¡Papá! —grito pletórica de felicidad y me aviento a sus brazos abiertos. —Nena —me abraza emocionado—, qué bueno que por fin nos vemos. —Viniste.
—Claro —me aleja un poco de él sin soltarme—, en mejor lugar no puedo estar.
—Pensé que no alcanzarías a llegar —reconozco asustada—. Te estuve llamando y nada.
—Me quedé sin batería. Perdona.
—¿Ya llegó mamá? —temo lo lógico.
—¿Vendrá? —más que irritado está sorprendido Aarón por eseutópico hecho.
—Isabel no se perdería algo tan importante —Bernat detrás de mísale rápidamente a la defensa de su hija: como de costumbre. El señor Fabré parecía tener más fe en su hija que la misma Isabel.
—Señor —Aarón formal saluda al viejo en español, pues el político no habla nuestra lengua madre.
—Gusto en veros —Bernat aprecia mucho al ex esposo de su hija, él sería feliz si regresaran y formaran lo que un día fueron: familia. Pero Isabel dejó clarísimo con palabras y actos que eso jamás iba a pasar.
Pobre del viejo, ahora si le ve mil virtudes a este Aarón. Esa apro- bación ha de llegar bastante tarde.
Es sabido que cuando la única hija de uno de los hombres más po- derosos de Europa se encaprichó por el deportista de moda, enfureció al señor Fabré. Quería Bernat un hombre de su mundo y de ambiciones como él para su pequeña. Ahora, qué más quisiera el viejo que Isabel tuviera un simple tenista, que todo el sinfín de caballeros que sí se quieren comer el mundo, es cierto, pero a su hija la tienen de postre.
Aarón le sonríe y le dice lo mismo al estrecharse las manos.
—Llegas cuarenta minutos tarde —observa su reloj Bvlgari cuando termina de saludar al hombre mayor. Y no porque él sea el padre al que tanto adoro lo que me hace exagerar cuando creo que es de los hombres con más personalidad que conozco: la mayoría de las mujeres me dan la razón—. Te ves preciosa, ahora entiendo el porqué de la tardanza. Valió la pena.
—Ay, papá —me sonrojo cohibida.
Al aparentar fácil quince años menos, Aarón Mares es un hombre de cincuenta y tres años que se conserva de manera sensacional. Es tan atractivo que nunca le faltan seguidoras y más por la trayectoria deportiva magistral que aun después de tantos años mencionan y alaban los conocedores del mundo deportivo y los amantes del tenis profesional. Su belleza varonil de cara angulosa, de nariz un tanto aguileña y recta; una estatura de privilegio por su más de metro ochenta, sus ojos verdes con su vivaz brillo, tupidos de largas y rizadas pestañas, hacen mucho más llamativa imagen. Su labio superior es más fino que el otro y tiene una coqueta sensualidad en su boca por tener ese lunar del lado derecho, cerca de la comisura de sus labios, que atrae más cuando sonríe, pero ahora no se ve por la barba de candado que le dio por usar en esta ocasión. Lunar que heredé en idéntico sitio. Aarón es de un cabello castaño que siempre que lo veo, aunque no sea seguido, lo lleva diferente. Ahora por la tendencia que hay lo lleva más largo, todo perfectamente peinado hacia atrás, dándole todavía un aire misterioso. Es muy velludo, todos los días se debe rasurarse porque crece su barba de un día para otro. Mi progenitor es fornido gracias a que gran parte de su tiempo lo vive en un gym. Cuida demasiado su apariencia. Ya es de sangre.
Antes de conocer a Isabel y aún años después, él había sido el mejor tenista del mundo; obteniendo el ranking más alto, sus mejores rivales tardaron muchísimo tiempo en alcanzarlo, y sólo lo lograron porque él tuvo que dejarlo. Por el momento, Aarón es el jugador más joven que haya ganado un Wimbledon, a los dieciséis años y que haya logrado triunfar más veces consecutivas en ese torneo, así como en el Roland Garros. Además, es el jugador con mayores ganancias en ese deporte, superando a Pete Sampras y a Roger Federer por patrocinadores. Tiene una de las mejores trayectorias deportivas que ha existido. Desgraciadamente, todo aquel don divino, como los expertos llamaron muchas veces el juego de Aarón, desapareció a sus treinta años cuando una desgracia automovilística lo dejó lisiado. Ha pasado por más operaciones y rehabilitaciones de las que puedo recordar. Pero al menos todo ese martirio ha funcionado para algo: ya no cojea como al principio cuando comenzó su pesadilla. Ahora esa lesión es apenas notoria. Su pierna izquierda es la que más sufrió. Bernat que sabe mejor lo que pasó por el informe policiaco y de tránsito, me contó cómo había sido. Isabel y Aarón no tocan el tema. Solo una vez, cuando les pregunté cómo había pasado y ambos en su momento respondieron que no sabían más que los demás al no poder recordar ni el antes, ni el después del accidente. Sólo mi progenitor puede asegurar que iban discutiendo, e Isabel fuera de sí en otro ataque de celos, golpeándolo. Así fue su encantador noviazgo. He escuchado que Isabel era tan manipuladora que se embarazó a propósito para atrapar definitivamente al catalán después de una tormentosa relación de dos años, tiempo que estuvieron separados y con otras personas. Pero nunca se permitieron seguir con sus vidas aparte, por siempre estar en esa guerra. Ya ahora es lo de menos porque para mí, como para todos, nos consta que se amaron muchísimo y juntos habían madurado dejando ese pasado tórrido atrás. Felicidad, pasión, amor que desapareció con la muerte de su primogénito. Cree el tenista que por estar distraído, discutiendo, se desencadenó todo eso al no estar tan atento en la carrera. Por eso no ha de culpar de todo al conductor del convertible del Nissan blanco.
—Antes de entrar en este circo dime qué te dijo el Doctor Brown —éste es el motivo de no haber podido pasar por mí.
El Doctor Brown es un médico australiano que se ha establecido desde hace varios años en Madrid y es considerado uno de los mejores en su especialidad. Ese hombre tiene toda mi gratitud infinita por obrar ese milagro en Aarón, sólo así le puedo perdonar que por su culpa mi proge- nitor viva en Madrid y no en Barcelona, cerca de mí.
Aarón aun con ese problema físico, que cada día es menor, siempre ha sabido disfrutar de la vida. Muchos comentan que cuando era el tenista número uno del mundo era un joven muy tranquilo y disciplinado, pero después de la catástrofe comenzó a ver la vida muy diferente y a disfrutar cada instante. Viaja todo el tiempo (pocas veces puedo ir con él por mis ocupaciones), se compra propiedades en todo el mundo y me confiesa que ahora su única amante es su colección de coches deportivos y avionetas. Tiene tantos que dudo que sepa cuántos son y mucho menos que los use. Pero él es feliz con sus soberbias adquisiciones. Tiene muchas amigas con las que sale pero aún no hay nada serio, mucho menos para que me presente, dice que no vale la pena. Nunca antes ni después ha sido protagonista de un escándalo, al contrario, tiene fama de ser un caballero, sensato y maduro. Nada que ver con su flamante ex esposa.
—Terminó los exámenes y dice que debemos dejar pasar tiempo para la siguiente operación. Yo no tengo prisa, ya en uno o dos años aceptaré la última cirugía —me gira por los hombros y comenzamos camino hacia el evento—. Ahora quiero descansar de hospitales, no quiero estar en cama y terapias por un largo tiempo.
—Entonces te veré más seguido —suelto entusiasmada y lo abrazo con mucha fuerza—. De nuevo te agradezco por el Audi. Está increíble.
—Sabía que te gustaría tenerlo.
—Un detalle —y le entrego el mismo regalo que le di a Bernat.
Le encantaron tanto como al viejo, que decide quitarse los que llevay ponerse los míos.
Y ha llegado el momento de vestir la horrible prenda de graduación.***
Una maestra (con vestimenta religiosa por ser monja), es la coordinadora del evento; apenas nos ve entrar discretamente saluda con sumo respeto a Bernat y Aarón y me pide, por supuesto en catalán, que la siga para llevarme al lado izquierdo del pequeño recinto. Es el auditorio de la escuela. No está más arreglado de lo normal. Lo único que predomina son los estandartes del escudo del colegio: tres trazos que forman una pirámide. Todo lo demás en penumbra total. Espero que por llegar tarde no me rompa la cara y, peor aún, haga el ridículo, pues todavía mi vista no se ha adaptado a la oscuridad. En la alta tarima están los personajes más importantes de este centro educativo privado. Todos sentados detrás de una mesa muy larga con un mantel verde agua que roza el piso; está llena de diplomas. Están acomodados los personajes académicos por orden de importancia, con actitud señorial y prepotencia como es su costumbre. El único profesor que representaba a todos los demás del colegio está de último, al lado derecho.
Mientras soy dirigida a mi lugar, veo con una enorme sonrisa a Aarón que es también con ayuda dirigido a su asiento. Está súper guapo con su esmoquin muy similar al de Bernat. Su ex suegro va delante de él y toma su lugar en la primera fila en medio. Como siempre a Bernat Fabré lo consienten mucho, dándole el lugar de honor; junto a él se acomoda su compañero.
—Señorita Mares, su asiento —susurra la religiosa que nunca me dio clases pero sé que también es profesora.
—Gracias.
Como lo supuse: estoy sentada en la mitad de la penúltima fila. Llego tarde pero aún seguían con sus discursos y el típico protocoloen estos eventos.
Para no exhibirme todavía más, por nunca ser puntual, me agacho unpoco para cruzar entre los demás alumnos que comparten mi fila y tomo el único lugar vacío que está en medio de entre dos hombres.
—Margarita, —susurra un buen compañero de salón. Sin querer hemos pasado por algunas cosas: Ricardo Mattei—. Qué bueno que al fin llegaste. —Serrano, hasta en mi graduación me sigues —bromeo. Así nos llevamos. Él me llama “Margarita” por el coctel hecho con tequila. Y a mí me gusta llamarlo: Serrano, por el jamón. —qué bueno tenerte como
vecino de lugar. ¿Me perdí de algo?
—¿En una ceremonia académica? —se burla y me ve como si hubieraperdido el juicio.
—¿A quién le asignaron el discurso por fin?
Es ridículo pero muchos se habían peleado por más de un semestrepara tener ese “honor”.
—Está en el programa —Ricardo Mattei, alias culé por el futbolbarça, también; me entrega una hoja doblada por la mitad, de portada otra pirámide más, y abajo se indica la generación que se gradúa. Al abrir el programa, como cosa demoniaca lo que grita a mis ojos sólo sirve para joderme.
Marian se lo ganó.
Le regreso la maldita hoja de inmediato.
—Lo lamento —añade sinceramente mientras se encoge de hombrosy baja su mirada oscura como su cabello corto.
¡Bien! Tan rápido y ya empieza unas de las reacciones que sabía que conseguiría de la gente apenas saliera. Lástima es una de ellas, pero nunca pensé que sería la primera. No creo que tarde en llegar el gusto por lo que me sucedió, el morbo, la mofa...
Y me acuerdo que no soy la única burlada en todo esto.
—Laméntalo por ti —digo tajante al mismo tiempo que me enderezo y mi atención esta sólo para el frente—, a mí nunca me importó, menos ahora.
—Nada de lamentos —palmea mi rodilla.
Su respuesta me sorprende y se gana mi interés, lo veo de nuevo y Mattei tiene una linda sonrisa de dientes ligeramente torcidos.
—Antes que nuestra alumna más destacada de la generación, la señorita Nava, nos obsequie unas palabras, hablará el profesor Joanet H. Neri, padrino de los futuros graduados.
“¿¡Nava!? ¡Qué fuerte!”
¡La zorra se apellida Álvarez! Por ese cambio del programa los alumnos empiezan a murmurar. ¡No dirá el discurso!
Mi celular empieza a vibrar y leo el mensaje de Nicolau.
* Nadie le hace algo a mi amiga y queda impune *
Sorprendida le contesto sin poder evitar una gran sonrisa en mi rostro. Tanta es la infinita dicha que siento que la cara se me partirá en dos en cualquier momento:
* ¿Qué hiciste?
Veo que dice arriba en mi pantalla “escribiendo”... y después de unos segundos llega:
*La moda y la conspiración es lo mío, la de Felip la justicia.
*No hicimos nada... malo. Sólo enviar a la directora y a todas las universidades unos videos bastantes... interesantes.
¿Será posible que...?
Mi mensaje va lleno de emoji de sorpresa, al punto del colapso.* ¿Videos?
*Luego te explico. Sigue disfrutando de mi regalo.
*Feliz graduación, cariño :)
La voz educada de Joanet Neri me llama. Mi antiguo profesor es de genética perfecta, pero no explota esa perfección con sensualidad sino con madurez, inteligencia y carácter. Es de los hombres más inteligentes y cultos que he tratado. Él y mi inglés compiten en mis noches de fantasías. Neri había sido mi profesor en la materia de filosofía sólo el último año. Fue por supuesto en la única asignación que me esmeré y saqué la mejor nota, superando a todos, incluyendo a la zorra de Marian Álvarez.
***
—Magallanes Sánchez Luis Arturo.
Siguieron nombrando.
—Mares Fabré Rebeca.
Me paro y sigo a un compañero de otro salón que nunca traté yahora me entero que se llama Luis Arturo. Los aplausos que parecían eternos desde los más de sesenta alumnos que llamaron antes de mí. La gente no dejaba de aplaudir, para entonces ya no tienen idea para quien lo hacían.
Subo las pocas escaleras de madera para llegar a saludar a todos los profesores detrás de la enorme mesa y encontrarme en el centro con la directora del colegio, que es una monja. Me indica con las manos que me incline y lo hago para que me coloque la estola amarilla y me entrega mi enorme certificado que testifica que ante todo pronóstico he logrado graduarme. Después del acto simbólico del cambio de lado la borla negra del birrete, sigo recibiendo también manos y felicitaciones de los coordi- nadores, socios del colegio y al final Joanet Neri. Siento cómo mi cara se desfigura de nuevo por una estúpida sonrisa excesiva.
—Mi mejor alumna, señorita Mares, muchas felicidades. ¿Sabrá que apenas logro graduarme?
Me ofrece la mano y se la estrecho mucho más tiempo del decoro.
—Gracias —es imposible ocultar mi felicidad por tan íntimo acercamiento.
Me río de la ironía porque esto es lo más cerca que estoy y estaré de mi ángel sereno.
Su mirada marrón, detrás de sus anteojos rectangulares sin marco y armazón delgado metálico, me contempla con sabia caballerosidad.
—Como padrino supongo que no faltará a la fiesta —y sale esa sonrisa torcida que delata cuando estoy coqueteando—. No se atrevería abandonarnos, y menos a mí: su mejor alumna. ¿Verdad?
Sé que titubea por su expresión de contrariedad por unos instantes y al final mueve la cabeza afirmativamente de forma apenas visible. Es un caballero con palabra, entonces para que no sea más obvia mi atracción por él suelto su mano.
Me es fascínate cómo un hombre tan joven, con sólo treinta y dos años, puede ser tan atractivo como interesante y que pueda yo admirarle tanto. Los jóvenes de mi edad y de más, llegando a los treinta y cinco, son más mundanos que atractivos; los mayores de treinta y cinco comienzan a ser interesantes y atractivos, y los que rebasan los cincuenta se les admira tanto que los conviertes en realmente atractivos. Es complicado tener todo de un hombre y que este sea sólo para una sola mujer. Tener lo mejor del sexo masculino en una joven época de la vida, tal como lo vive el profesor Neri... no tiene perdón. ¡Lo tiene todo!
Al girarme para seguir el camino a mi lugar volteo a ver a Aarón y Bernat y me detengo abruptamente porque estoy inmensamente pasmada. Al lado izquierdo del viejo está ocupado el asiento por Isabel. Como siempre: nadie como ella. Se ve aún sentada soberbia con un muy elegante y sensual vestido plata que deja sólo descubierto sus hombros al adherirse el vestido hasta lo alto del cuello. Me puedo fijar de inmediato que de lado izquierdo su vestido tiene una tentadora abertura para los hombres, dejándoles disfrutar al cruzar sus largas y estilizadas piernas. Moderno y sexy el modelo, no enseña nada y menos de forma inapropiada. Isabel tiene el don de que use lo que use siempre es excepcional para el momento. Podía darse el gusto de usar bermudas y calzado deportivo con calcetines hasta las rodillas junto a la reina y verse impresionante, opacando al resto del mundo. Tiene un porte y estilo como nadie. Con ese rostro de corte diamante, llamativos ojos almendrados castaños de abundantes rizadas pestañas, nariz creada impresionantemente para embellecerla aún más al estar lejos de lo clásico y aburrido (alargada, terminando levemente respingada en una punta redonda sin ser pequeña, sino hecha para su rostro), cejas delineadas curvadas y unos labios muy generosos. Su cara está enmarcada por un espeso cabello castaño oscuro bastante largo, algo ondulado; proporciones perfectas de cuerpo en una estatura de un metro sesenta y ocho (pero nadie lo sabe a ciencia cierta por ser un mito su estatura. Siempre tiene encarnados sus zapatos de tacos monumentales para presumir largas piernas y hermosos pies), son las ca- racterísticas del peor enemigo de toda mujer, el demonio de sus pesadillas o la diosa que todas las viles mortales patéticamente soñamos ser. Es la más intensa fantasía y exigencia que un hombre puede tener y debe añorar. Ella es la única persona que he conocido que ha nacido magnífica. Ni todas las cirugías podrían crear algo tan preciso, detallado, único. Nada le sobra, nada le falta. Ha de ser increíble ser Isabel Fabré, y tal como pienso esto, todo el mundo lo hace. Bueno, peor, porque yo ya estoy acostumbrada a esa majestuosidad y los demás por más fans y críticos que sean de la modelo internacional, parece que han de verla por primera vez al no digerir cómo una mujer puede tener tal alcance y provocar tanto en todos ellos.
¡Me fascina!
La alegría de verla es mucho más grande de lo esperado. Apenas ahora me doy cuenta cuánto de verdad quería que ella estuviera aquí: en mi momento. Sonrío mucho más y levanto la mano para saludarla y le presumo el documento que me acredita una ocasión tan portentosa. Ella me regresa el gesto mientras aplaude poniéndose de pie y de sus labios carnosos, esta vez con brillo suave dorado, me manda un beso.
***
Todos lanzamos nuestros birretes al aire por liberarnos oficialmente del tedio, para luego explorarnos en una carrera de mínimo cuatro años, para al final esclavizarnos en un trabajo que será el dueño de nuestra vida y tiempo.... ¡Vaya existencia! En lugar de celebrar deberíamos de llorar.
Entre la multitud ya dispersa es fácil ignorar las miradas desagradables de las que soy víctima. Tener a Isabel y a Aarón aquí me hace olvidar todo y no imaginar qué más le puedo pedir a mi suerte. Llego a sus lugares y al único que encuentro es a Bernat.
—Se fueron tus padres afuera —informa poniéndose de pie y me ofrece la mano con rigidez—. Felicidades, Rebeca.
—Gracias por todo, abuelo.
Quién se imaginaría que ese respeto tan exageradamente formal, casi siempre de mi parte, sea tan diferente al dirigirme a él en la amplia privacidad de mi mente como: El viejo. Aunque para muchos es imaginable faltarle así al respeto, yo lo hago con cariño.
Algunos hombres se están acercando con rapidez mal disimulada hacia nosotros. Para nada estará Bernat sólo si lo dejo por un rato.
Y sin querer dejar pasar más tiempo salgo disparada del auditorio.
Después de unos minutos de búsqueda entre tanta gente feliz, miradas muy claramente envueltas de mensajes y felicitaciones invadiéndome con premura y de mi parte un “gracias” veloz, los encuentro a lo lejos, en las gradas de la pista de carreras de la escuela.
—Te lo había advertido —con tono muy bajo y amenazante Isabel le espeta.
Aun fuera de su vista me acerco discretamente para escuchar mejor.
—¿Advertirme qué? —su ex esposo la reta y da un paso más cerca de ella.
La modelo habla perfectamente el catalán por él, pero desde que se divorciaron sólo le habla a su ex en ese acento español muy sofisticado que la caracteriza. Y el hombre le contesta en su idioma sabiendo que le fastidia que lo haga.
—No te vuelvas a atrever, Aarón —retrocede temblando de ira—. No me quieres como enemigo...
Aarón estalla en una ronca risa. Isabel me da la espalda medio desnuda por su espectacular vestido y me tapa la expresión de él, pero puedo escuchar tensión en tan irregular sonido. Isabel lleva su cabello largo recogido en una alta coleta que estiliza más su rostro de corte diamante, dejando así sólo ver su espalda e imaginar qué está pasando.
—Tú...
—Perdón que interrumpa la dosis de veneno y desprecio que no puede faltar cuando están juntos —se giran de inmediato a verme. Mi molestia no la disimulo en absoluto en mi tono de voz llena de sarcasmo, que causa el efecto preciso. Por lo menos ambos tienes la decencia de fingir como siempre incomodidad ante mi intromisión en sus fieras peleas—. Cómo me hacen estas escenitas anhelar el tener de nuevo una familia...
—Rebeca, ya para —me ordena muy serio el ex tenista.
—¿No es lo mismo que pido siempre? —espero no demostrar lo mucho que me afectan sus actitudes. Prefiero que vean en mí insolencia que dolor.
—Es tu día, princesa, prometo que ni tu madre lo estropeará.
Isabel, ignorando por completo el comentario, se acerca a mí y me abraza con suavidad un par de segundos e inmediatamente se retira, como no queriendo arrugar su costosísimo vestido.
—Muchas felicidades —sus llamativos ojos café claro me observan con mucha determinación y antes de alejarse completamente de mí acaricia mi mejilla con sus estilizados dedos de piel tersa—. Es maravilloso que hayas terminado una etapa tan importante de tu vida. Es momento que reflexiones, toma este tiempo para madurar...
De nuevo la modelo es más de palabras que de actos cuando hace milagrosas apariciones. Para mí es absurdo. Cuando habla conmigo parece tan sensata pero todos, todos sabemos que está muy lejos de serlo y ella es quien le urge madurar, pero no le interesa por supuesto.
—Isabel —suelta con tedio Aarón—, si quieres darle algo que la ayude empieza con un abrazo no tan falso como acostumbras.
Y él me envuelve en un abrazo lleno de calor y se lo regreso con gusto.
Ninguno de los dos es de demostrar el cariño que puedan llegar a tener hacia su única hija con palabras y mucho menos con contacto físico. Pero a diferencia de Isabel que es mucho más fría e indiferente, Aarón es un poco más expresivo, aunque para nada su característica es decirme frases cursis típicas de padre a hija. Él es más de estar pendiente de mí con regalos increíbles y llamadas. Es claro que la modelo Fabré no tiene ni idea de cómo ser madre y mucho menos tiene ese nato instinto maternal que todas las mujeres debe- mos tener como chip programado en el cerebro, y más se presenta cuando se otorga el milagro de dar vida. No tengo idea si es un estigma para ella ser adoptada y esto haga que le cueste tanto expresar lo que piensa y siente. Es la justificación que tengo para explicar que sienta tan impactante indiferencia hacia Bernat y hacia mí. Aunque el viejo una vez se le escapó comentarme que ella cambió drásticamente después del accidente, que no era para nada así, era toda alegría, cariñosa, juguetona, una eterna niña mimada, todo un cascabel; y eso le agradaba a sus padres. El empresario y político encantado con su hija le decía que era su gitana. Ella le dio color y alegría a las serias vidas de mis abuelos. Isabel se convirtió en lo que es ahora, llegando a este extremo de abandono total hacia mí, he de reconocerlo, con una fuerte punzada en el pecho, a partir de la enfermedad de Gabriel y luego con su muerte.
—Perdón de verdad por no poder llegar desde antes —parece sincera.
Por ser adoptada a los pocos meses de nacida, Isabel no tiene en su habla nada que anuncie que es mexicana, de hecho poco conoce del país que la vio nacer, muy al contrario de mí. Su acento madrileño es delicioso escucharlo. Me encanta su voz: moderada, sensual.
—El que estéis aquí ya es para encabezado —no podía ocultar mi progenitor su enfado—. ¿Algún nuevo amante que mueras por presentar?
—No es de hombres como te quieres aferrar a lo que nunca volverá a ser tuyo —susurra con frialdad—. Disimula los celos, Aarón. Perdiste.
—Celos que matan, mi amor —se está burlando de ella—. Pero ese sabemos que es el precio. ¿Y perder qué? Si por fin estoy donde quiero y con quien quiero.
Para mí es claro que Aarón está aún enamorado de la modelo, lo dicen sus ojos y cómo siempre que están en el mismo lugar la quiere muy cerca, pero estando juntos ambos sacan lo peor del otro. La mayor culpa la tiene Isabel que nunca cede en nada que se refiriera a él; apenas se ven inicia la lucha de poderes, orgullo... que desde hace mucho yo ya lograba ignorar estoicamente.
—Por favor —ya iban a empezar—. No comiencen de nuevo. Espero, mamá, que el coche ya no sea de nuevo motivo de pelea.
Isabel palidece por el abismo de la sorpresa.
—¿¡Qué coche!? —le exige explicaciones al padre de su hija.
—El Audi que yo le regalé —la desafía.
—¿¡Qué!?
Entonces no es por eso que discutían. Isabel desde mi accidente dejóclaro que no volvería a tener un auto y menos deportivo por mi seguridad, pues se quedó con la idea de años atrás de cómo me gustaba retar la velocidad, la adrenalina. Un hecho del que se enteraría si se dignara obsequiarme tres minutos de convivencia es que ahora le tengo pánico. Es nada inflexible sobre el tema, llegando al punto ridículo y molesto. Y entonces llega su ex y la desafía en su orden...
—Entonces de eso se trata —se enfrenta a Aarón con rabia ya no contenida— ¡Maldito, cuanto te odio!
Y los flash no hicieron esperar más y nos invadieron por completo junto a sus preguntas bastante íntimas sobre nuestras vidas privadas. ¡Algo de censura, por Dios!